domingo, 27 de septiembre de 2009

Para ganarle a las drogas, habría que legalizarlas

Por Germán Uribe
mailto:guribe@cable.net.co


La amarga experiencia que tuvieron con la prohibición de la producción y libre comercialización de los licores en el primer tercio del siglo pasado, debería servirles de experiencia a los estadounidenses para no caer en errores casi calcados 70 años después. La encarnizada lucha que el Coloso del Norte libra actualmente en todos los rincones del mundo para imponer ferozmente la ilegalidad de drogas como la cocaína, está generando resultados insospechados que bien podrían convertirse para ellos mismos, a la larga, en un certero y abrumador bumerán. Luego de su participación en las dos guerras mundiales y del calentamiento moral y político ficticio en que se empeñaron para prolongar la guerra fría, con el pretexto de hacer desaparecer de la faz de la tierra el pensamiento marxista, amén de ya no se sabe cuántas intervenciones militares y económicas en cercanos y lejanos países soberanos, de unos años para acá les dio por sustituir todos aquellos atropellos, y a nombre de su muy peculiar noción de democracia y libertad, emprender una guerra sin cuartel contra las naciones cultivadoras, productoras y comercializadoras de la coca. ¡Ah!, y es que según parece, ya la marihuana no les interesa. Después de combatirla también mientras se la fumaban, todo indica que llegaron al convencimiento de que, siendo tan apetecida -y hasta medicinal-, era más rentable y cómodo cultivarla ellos mismos. ¡Flexibilizaron su consumo interno y mejoraron la Colombian gold!

Vistas todas las calamidades por las que hemos tenido que atravesar para contemporizar con esta esquizofrenia gringa, ¿lo mejor no será entonces sentarnos a esperar que se resuelvan de una vez por todas a meterse también ellos en el negocio? Sabemos que cada día aumenta el número de norteamericanos que la aspiran a cualquier precio y que la represión contra esos millones de habituales adictos no puede compararse con la fiereza y el exagerado gasto militar con que la vienen embistiendo en los países productores y exportadores. Ellos la consumen masivamente, mientras en un juego de doble moral, la hostigan y sitian allí adondequiera que se produzca. ¿Cuántos muertos más habremos de ofrendarles antes de que reflexionen sobre esta nueva guerra con tecnología de punta y probablemente sentido experimental que se inventaron y que, no obstante, puede llegar a ser de tan fácil solución? ¿Cuándo se ocuparán de un tema diferente que les permita desbordar a sus anchas su prepotencia de imperio moderno sin que se sigan ensañando con los paupérrimos países del Tercer Mundo? ¿Por qué no desahogan la pedantería de su poderío militar y económico en, por ejemplo, erradicar la miseria y el hambre universales?

La única manera sensata que se vislumbra para detener esta exaltada escalada guerrerista, y que por lo demás englobaría un esperanzador aforo histórico positivo, pienso, es el estudio escrupuloso, inteligente y desprejuiciado que debería hacerse para legalizar la droga. No veo otra forma de acabar con este azote siniestro y pervertidor que mantiene no sólo paralizado o en retroceso el desarrollo, sino en guerra permanente a países como Colombia. Y habrá que hacerlo cuanto antes porque cada hora, cada día que pasa, la excedida intransigencia de los Estados Unidos y de sus aliados en la lucha contra las drogas está postergando años y décadas el progreso de la humanidad. Y poniendo en peligro el futuro, no solamente de los países cultivadores y exportadores, sino también el de ellos mismos, como quiera que la tendencia alcista de su consumo interno terminará por degenerar a su propia población. Aunque cuando rectifiquen -y pueda ser que no sea tarde-, de todas maneras ya será demasiado costoso. Trasladar esos inmensos recursos económicos y los colosales esfuerzos militares a sistemas de educación, prevención, reglamentación, judicialización y propaganda con relación a la droga y sus nocivos efectos, nos ahorraría miles y hasta millones de víctimas y ayudaría inmensamente a la pacificación del mundo.

De la misma manera que el alcohol y el cigarrillo han venido siendo hostigados por las buenas y su consumo de vino ya en un asunto de conciencia personal, la cocaína, la marihuana y la heroína, entre otras drogas, legalizadas, podrían controlarse mejor. Su cultivo y comercialización ya dejarían de ser el gran negocio, desestimulando con ello, de un tajo, su creciente producción. Y ganarían así, la primera potencia mundial, la Unión Europea, los países industrializados y el resto de la humanidad.

El señor Robert J. Barro, profesor de economía de la Universidad de Harvard, me da plena razón cuando escribió sobre lo que podía sustituir la política antidrogas norteamericana denominada Plan Colombia, política que en el fondo no está provocando otra cosa que el acentuación progresiva de la violencia por la que atraviesa el país, amén de la profundización e internacionalización fronteriza del conflicto social y armado. En otras palabras, el profesor Barro afirma lo mismo que aquí planteo: la urgencia de combatir las drogas, legalizándolas. Y Precisa:

Algo que debemos tomar en cuenta es que no requerimos ningún Plan Colombia para países productores de tabaco ni de licores. La diferencia radical entre el tabaco o el licor con la cocaína o la marihuana o la heroína no es que un tipo de drogas sea más peligroso que el otro, sino que las primeras son legales y las segundas ilegales. En conjunto, nuestra política (la norteamericana) respecto a las drogas es un desastre y seriamente necesita ser reorientada.

Que por fin entiendan que cuesta menos y beneficia más legalizar la droga, que arrasarla a sangre y fuego... ¡Y a costa nuestra!

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