sábado, 16 de agosto de 2014

Réquiem por el libro de papel



Por Germán Uribe*


¿Quién iba a sospechar hace escasos quince o veinte años que la imprenta de Gutenberg podría quedar notificada de su condición marginal pudiendo incluso transformarse algún día, después de varios siglos de gloriosa existencia, en una primorosa pero simple antigüedad?
Imprenta Artesanal

De cualquier manera estamos obligados a convenir que frente al ineludible y muy cercano futuro exitoso del libro digital, quienes amamos del mágico y maravilloso mundo bibliográfico aquellos irresistibles encantos de la tinta y el papel, nos llenaremos de razones para la inquietud y la nostalgia, y para reclamar como insustituibles aquellas características sensoriales que han hecho del libro impreso el más íntimo y personal de los goces intelectuales.

Nos ilustra Jorge Volpi, el inquieto escritor mexicano, sobre la inhabilidad que reina en el mundo intelectual para “asumir que la aparición del libro electrónico no representa un mero cambio de soporte, sino una transformación radical de todas las prácticas asociadas con la lectura y la transmisión del conocimiento”, trayendo a colación la teoría darwiniana de la evolución, enfatizando con ella en que quien no se ajuste a la era digital “perecerá sin remedio”, e insistiendo con mucha razón y agudeza en que “el predominio del libro-electrónico podría convertirse en la mayor expansión democrática que ha experimentado la cultura desde la invención de la imprenta.” Y en concordancia con lo que vengo sosteniendo de tiempo atrás, señala que “el cambio es drástico, inmediato e irreversible”.

Y hay más, alguien sentenciaba que se llegará más pronto de lo esperado a una “digitalización de todo el saber escrito” y a la “desaparición de los autores en aras de un único libro universal, de un flujo de palabras prácticamente infinito” lo que se alcanzará, naturalmente, a través de la Internet.


Pero veamos: si el anunciado final del libro impreso ya provoca en el lector tradicional, más que extrañeza, rechazo, ¿qué decir del escritor que ve en este vértigo una especie de atentado a la naturaleza de su trabajo?

Al parecer, la ruta está decidida y la suerte de la “tinta y el papel” ya está echada. No habrá alegato que logre modificar o mitigar su penoso destino, ni clarividente o profeta que se atreva a predecir, sin poner en riesgo su prestigio, la posibilidad de su supervivencia a largo plazo. Las honras fúnebres han iniciado su marcha en medio de un conmovedor réquiem, y de nada vale que quienes conservamos nuestra fidelidad a las hojas impresas, protestemos rabiosos en medio de la desesperanza.

Las librerías, repletas de lomos multicolores llenando los espacios de aquellos anaqueles provocadores sobre los cuales nos inclinábamos constantemente con irresistible pasión, terminarán resignándose a esta nueva realidad mientras se desvanecen lentamente en medio de una soledad inmerecida. Porque es que mañana, sus clientes, sin salir de su casa, y probablemente sin costo alguno, verán a través del monitor de sus computadores cómo transita el conocimiento universal, cómo circulan sus libros preferidos, sus diarios y revistas de interés, las fotografías, la cartografía, los museos y, en fin, la cultura universal totalizada y, por qué no, el mundo todo, ahora sí, definitivamente globalizado.




Y hay más. La educación. ¿Terminarán las escuelas y colegios, y la misma universidad reducidas al pequeño espacio de una pantalla? Eso que llamamos educación a distancia y a lo que la radio, el correo y la misma televisión comenzaban a rendir culto por su asombrosa facilidad, ¿hará comparecencia en pocos años como una simpática audacia del pasado? ¿Se adelantarán en los inmediatos tiempos por venir las carreras universitarias desde la comodidad e inmediatez de un escritorio?

Y aunque todo ello atenta contra nuestro romanticismo de lectores y escritores, nada nos aconseja empeñarnos desde ahora en una insubordinación a todas luces inútil.

¿Pero es que quién iba a sospechar hace escasos quince o veinte años que la imprenta de Gutenberg podría quedar notificada de su condición marginal pudiendo incluso transformarse algún día, después de varios siglos de gloriosa existencia, en una primorosa pero simple antigüedad?

El precipitado desarrollo tecnológico y su aterrador apremio no le piden permiso a nadie, ni están dispuestos a contemporizar o conciliar con nuestros antojos y añoranzas. Continúan su avance impetuoso rebasándonos incesantemente con el argumento, harto difícil de rebatir, de que todo será en beneficio de la humanidad, por lo que, de una vez por todas, debemos ir pensando en trasladarnos a vivir una buena parte de nuestro tiempo sentados cómodamente en la silla del escritorio, entre las teclas y la pantalla de este alucinante computador que, tanto usted como yo, amigo lector, tenemos ahora frente a nosotros.

De tal suerte que hoy en día los extremadamente vigorosos recursos tecnológicos del computador y la Internet están haciendo que los libros, la educación y la cultura, en el espacio virtual, ya no tengan reversa.

guribe3@gmail.com