martes, 24 de agosto de 2010

Final del régimen uribista

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com

Si Silvio Berlusconi llegara a llamarme "héroe", como llamó recientemente al ex presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez, francamente sentiría que ese hombre, neofascista y disoluto, lo que quiso hacer fue perjudicarme. ¡Vaya, vaya! si hay "elogios" peligrosos, como peligroso, y más, puede ser aquel que los recoge con orgullo. Y eso fue lo que aconteció no hace mucho con Uribe. A más de tanta condecoración, premios y elogios de origen todos ellos de extrema derecha o afectos al paramilitarismo, sólo le faltaba este calificativo de "héroe" que Berlusconi le asigna para despedirlo con todos los "honores" de sus ocho desastrosos años de gobierno.


Pero vayamos al grano. Le llegó, por fin, con el cambio de gobierno este 7 de agosto, la hora última a la era del "atajo" -la del todo se puede, no importa la vía-, a la que nuestros nietos y bisnietos, ya decantada por la Historia, seguramente identificarán como aquella "larga y tenebrosa noche" en la que en Colombia, entre los años 2002 y 2010, hubo más muertos y sangre derramada, más corrupción, más miedo, menor inversión social, mayor enriquecimiento de los ricos y más aislamiento internacional que quizá en cualquier otra época de la vida nacional.

Le llegó la hora final y el momento de los responsos a la época en que disentir del gobierno convertía al discrepante de manera automática o tras juicio expedito emanado del uribismo gobernante o de la voz arrogante del mismo Uribe, en sedicioso, conspirador, bandido, narcoterrorista y enemigo de la Patria. No enemigo de Uribe o de su gobierno. No. Traidor a la Patria, porque la Patria era Uribe. Y si las críticas venían literal y exclusivamente hacia él de parte de los presidentes de Bolivia, Venezuela, Nicaragua o Ecuador, esas críticas en su contra, él y su áulicos las convertían de inmediato en viles ataques "al pueblo colombiano". Porque Uribe también era el pueblo. Él era la Colombia total: una nación, un Estado, un pueblo, un destino...

Le llegó, en fin, la hora postrera y la de los Santos Óleos, amén de la de darle "democrática" sepultara, al "todo se vale" de la "Seguridad Democrática", la "Confianza Inversionista" y la "cohesión social", tres enunciados cuya aplicación uribista podría resumirse en:

Seguridad democrática.

Una guerra sin cuartel a las FARC-EP con sentido y génesis de pura venganza personal y un cierto tufillo de atención exclusiva, como se hace, digamos, con un "servicio al cuarto" en un hotel, a la oligarquía terrateniente y en detrimento de la seguridad ciudadana en pueblos y ciudades abandonados a la delincuencia común. Guerra con ingredientes como este: alguien que había dictado a los paramilitares (los mismos de los descuartizamientos, los desplazamientos, las motosierras y las fosas comunes), una "Cátedra" denominada "Por qué es lícito matar comunistas" fue, por decisión suya, nombrado subdirector del organismo de Inteligencia y Seguridad del Estado que, dependiente de la Presidencia de la República, sólo recibe órdenes directas del Jefe de Estado.

Confianza Inversionista.

Ya no concebida como la apertura económica neo-liberal tipo César Gaviria Trujillo sino, de frente y sin vergüenza, como la entrega de nuestra soberanía y nuestras riquezas al capital extranjero. Vengan señores y pidan lo que quieran que lo que quieran se os dará. Cómo no recordar aquel encuentro suyo con Carlos Slim -el pulpo insaciable del capitalismo posmoderno-, cuando le ofreció para que, a un módico precio, se embolsillase a Telecom, una gigantesca empresa de telecomunicaciones patrimonio de todos los colombianos. Por fortuna el Contralor General de la República de entonces lo impidió. Y según las crónicas sociales, aquel "presente" presidencial se producía mientras se servía el postre en una babilónica cena en la Casa de Nariño y un avión jet privado esperaba con los motores encendidos al destacado protagonista de "Forbes" que tan sólo vino por una pocas horas a expresarle su apoyo a la política de la "Confianza inversionista".

Qué decir ahora de la famosa reforma laboral cuando, para beneficiar aún más, y más, y más a la clase empresarial que siempre se regodeó de haberlo puesto y sostenido en el poder, le quito a los trabajadores las horas extras y los recargos nocturnos y dominicales con la engañifa de que se ampliaría la base laboral creándose miles de empleos nuevos que los beneficiarían. Ni un solo empleo nuevo significativo deja, pero en cambio logró generar un deterioro en la calidad de vida de los trabajadores y sus familias como no se había visto antes. Y ni qué hablar de las decenas y decenas de sindicalistas asesinados durante su mandato.

A la Cohesión Social, por fortuna, también le llegó su fin. Parece un chiste en boca de un tecnócrata, pero en boca suya, "Cohesión Social" es ni más ni menos que el hasta ahora no cuantificado drama que vivió el pueblo, y particularmente el campesinado de Colombia, durante sus ocho años de gobierno. La plata que se requería para ello la repartió entre los militares para que liquidaran a las FARC y entre los ricos para que supieran de la esplendidez de su gratitud y lealtad.

Al trote, este es el Uribe que se va y este nuestro maltrecho país que deja. Más que "descuadernado", como solía llamarlo un ex presidente colombiano, casi moralmente insolvente y casi socialmente inviable.

Como la Corte Penal Internacional aparentemente se encuentra ahora volviendo su mirada sobre Colombia, que Dios igualmente torne la suya sobre esta patria maltratada protegiéndonos de la posibilidad, a partir del 7 de agosto, del mismo Uribe pero en cuerpo ajeno.

http://www.semana.com/noticias-opinion/final-del-regimen-uribista/143466.aspx