domingo, 25 de octubre de 2009

El aborto: ¿Una vida por otra?

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


A raíz del reciente fallo de la Corte Constitucional que manda que el derecho al aborto en los tres casos despenalizados en Colombia sea, a manera de "cátedra", tema pedagógico en los colegios y que provocara una airada reacción de la Iglesia Católica, he visto la conveniencia de publicar de nuevo mi opinión respecto del aborto escrita cuando en nuestro país se debatía con fiereza la decisión que la Corte Constitucional debería tomar por aquellos días y que por suerte tomó más adelante en el más objetivo y civilizado de los sentidos.

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Mientras que para aquellos que se oponen a la despenalización del aborto la sola mención del tema les provoca más que escozor, una ira casi irracional, para quienes abogan por una pronta determinación favorable de la Corte Constitucional frente a las tres demandas existentes, su único afán es el de ver resuelto un problema de salud pública y una justicia “terrena” aplicada en rigor para preservar la vida de miles de mujeres expuestas por la violación, los embarazos de alto riesgo y las malformaciones del feto a una vida denigrante y a menudo fatal. Los primeros, como casi único argumento, invocan a Dios y la moral religiosa, es decir, argumentaciones subjetivas. Los segundos, con objetividad, reclaman lo objetivo: primero la existencia y lo que ya es de este mundo.

¿Quién, pues, con juicioso criterio podría consentir, como ocurrió hace poco en Pereira, que a una madre víctima del cáncer y cuya supervivencia sólo podría asegurarse si se le practicaba un aborto, habría que sacrificarse a cambio de una vida que apenas alcanzaba la categoría de “posible”? Los enemigos del aborto parecieran querer hacer prevalecer lo que puede llegar a ser, por sobre lo que ya es, una vida humana en pleno ejercicio de su existencia. Lo latente por sobre lo existente... una vida plena en canje con tal de no permitir la interrupción del embarazo antes de que el feto sea viable.

Y es que para este caso los inquisidores medievales no ven en la muerte de una madre aproximación alguna al pecado, o transgresión a la moral, mientras se preserve la evolución del feto. Y aunque ponen el grito en el cielo llamando a las madres que abortan asesinas de sus hijos, no creo que quienes estamos de parte del aborto llegáramos a llamar a sus hijos inconvenientes en gestación, asesinos de su propia madre.

Por lo tanto, no deja de ser escandalosa esta declaración de un médico: "Decidimos continuar el embarazo porque, si bien la literatura médica indica que en estos casos se debe hacer caso omiso del embarazo e iniciar la radioterapia, en un país como el nuestro, donde no es legal el aborto terapéutico, eso no se podía hacer y cometíamos un delito".

Qué bien. Aquí, en esta Colombia obsoleta y ya dejada de la mano de la civilización de un tercer milenio asombrosamente realista, la ley ordena que sea la madre a quien se deba inmolar en aras de una vida eventual. Antes que sacrificar lo gestado, hay que matar a quien lo gesta. Ni más ni menos es el contenido del mensaje que acabamos de recibir atónitos con el caso de Martha Sulay González, una humilde señora que ha sido condenada por las leyes colombianas a morir dejando en el abandono total a sus cuatro hijas por salvar la vida de una.

Finalmente, digamos que mientras en Colombia no lleguemos a la despenalización del aborto para casos extremos delineados en las demandas que cursan y acogidos entre otros por el Procurador, la Academia de Medicina, la Defensoría del Pueblo y Profamilia, tendremos que seguir aceptando que en este país prima por sobre la vida de la madre, el periodo gestacional de un feto.

Y todavía nos creemos los colombianos decorosos habitantes del moderno siglo XXI.