domingo, 18 de octubre de 2009

"Uno trabaja para que se le reconozca"

Entrevista concedida a Sane Society

Sane Society: ¿Cómo fue su infancia y de qué manera le ha marcado como escritor?

Germán Uribe: Ni entonces, cuando la sufrí, ni ahora que me conducen a recordarla, he sentido que mi infancia fuera agradable, festiva, productiva o esperanzadora. Naturalmente que cada cual es producto, víctima o beneficiario, de la suya. La mía, tejida por la soledad, la orfandad paterna, la inasistencia afectiva familiar y la hostilidad de mi entorno, me la convirtieron en un pasaje muy desagradable de mi existencia. Y, sin embargo, quizás por ello, y pese a ello, y gracias también a ello, pienso que devine en escritor, como una armadura para sobrevivir y una herramienta para hacer valer mi propia y libre identidad.

SS: ¿Como gran conocedor de Sartre, podría resumir algún aspecto de su filosofía que considere de una mayor relevancia para usted como persona?

GU: Creo que todo Sartre, el hombre, el escritor, el político, el filósofo, el crítico, en resumen, toda su vida y su obra influyeron en mí para moldearme intelectual, política y moralmente. Soy un producto inacabado e imperfecto, pero producto al fin y al cabo de su formidable parábola vital.

SS: Sartre es su gran ídolo, a quien tuvo la oportunidad de conocer personalmente (fue invitado a su casa). Si bien no llegó a concretar aquella visita, ¿cree que conocerlo hubiera supuesto quizás un riesgo de desmitificación y consecuente pérdida de ese “sustituto platónico del padre perdido”?


GU: De ninguna manera. A través de su obra, de su activismo político, de la prensa y tanto libro y ensayo sobre él, incluso, de seguirlo en conferencias y cafés y de diseccionarlo una y otra vez con mi más aguda observación, no pude reconocer en ese hombre otra cosa que a las más alta, aguda y libre personalidad del siglo XX. ¿Cómo podría decepcionarme? Y en cuanto a la desmitificación, pienso que, si por ejemplo, aparte de su estrabismo hubiese padecido de rasgos esquizofrénicos o de aliento fétido, por decir algo, yo no creo que la inteligencia y el valor se midan por la estética, o pierdan interés por detalles tan evidentemente humanos. Nada de lo que sus múltiples detractores dicen sobre su personalidad, su figura o su pensamiento me ha hecho desfallecer en mi admiración. Ni nada de lo que yo creo y pienso que fue y significa en la historia de la filosofía, el pensamiento y la crítica me ha llevado mitificarlo o desmitificarlo. Sartre simplemente fue lo que sigue siendo: un hombre, pero con mayúscula.

SS: ¿Considera positivo para un artista mantener vivos a sus mitos como estímulo para conservar la ilusión o bien al contrario, puede resultar una limitación?

GU: A través de los tiempos la historia nos ha enseñado que son precisamente los mitos quienes jalonan al hombre y a las sociedades hacia su perfeccionamiento. Ni reduce méritos, ni es condenable querer superar a nuestros propios mitos, pero es equivocado pretender desconocerlos, tergiversarlos o matarlos para sentirnos mejores. Nadie hace de nada un mito si no fuera porque lo necesita para complementarse.

SS: Usted ha conocido personalmente a Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias, Rafael Alberti y Mario Vargas Llosa, entre otras personalidades, ¿Puede compartir con nosotros alguna anécdota que recuerde con particular aprecio o particular desprecio?


GU: Como se me ha escudriñado reiteradamente sobre lo mismo, y temo que de tanto hablar al respecto voy a terminar fantaseando o cambiando peligrosamente versiones, permítame abreviarle mi experiencia personal y mi opinión ecuánime sobre cada uno de ellos, no sólo por aquel trato directo con que fui privilegiado, sino porque además me adentré en su obra. De Pablo Neruda puedo decirle que no he conocido, ni sé de mejor poeta en los últimos cien años, ni de hombre de trato más afable y tierno con sus semejantes. De Alejo Carpentier, ¿qué? Probablemente la inteligencia literaria y la perfección del lenguaje y su tejido más rigurosamente fino de América Latina, claro, junto a Joao Guimaraes Rosa y José Lezama Lima. Sobre Nicolás Guillén, aunque tengo un recuerdo muy acentuado sobre su inexplicable antipatía y una cierta distancia acicalada en el trato con los muchachos que con tanta devoción lo rodeábamos por allá en los años sesenta en París, no dejo de amar entrañablemente su poesía, la que recito de memoria aún y en muy buena proporción. Asturias sí era, o lo fue en el trato que tuve con él, lo que comúnmente llamamos todo un caballero, o mejor, una dama: gentil, generoso, sencillo, servicial. Fue él quien me dio una carta para que me fuese otorgada en México una especie de beca con el fin de dedicarme allí por un par de años a la escritura en lo que parecía ser un taller para jóvenes. Cuando regresé a Colombia con la intención de iniciar los preparativos para concretar semejante oportunidad, cometí el imperdonable error de mostrarle el original de la recomendación manuscrita de Miguel Ángel Asturias a Manuel Zapata Olivella, un escritor colombiano quien, no sé por qué razón se quedó con ella, y en razón a tal secuestro documental, me quedé hasta el sol de hoy con la ilusión de aquella emocionante aventura intelectual. ¿Qué pudo haber hecho Zapata Olivella con aquella carta? Ni idea. ¡Quizás adorna a manera de cuadro una de las paredes de su casa o está ya desteñida pegada a cualquier álbum familiar suyo! Y, en fin, Rafael Alberti... qué poeta, qué político consecuente, qué hombre cabal.

SS: Usted ha escrito que hizo conciencia latinoamericana en sus años de residencia en Europa: ¿A qué se refiere y qué consecuencias positivas tendría para América Latina que sus habitantes adquirieran dicha conciencia? Además, ¿de qué manera el pueblo latinoamericano es responsable de su propia situación política y económica y en qué grado responsabilizaría de la misma a Estados Unidos y a Europa?

GU: Es el afán de lucro, la utilidad y el desmedido aprovechamiento económico de los poderosos lo que ha diseñado al mundo actual. Los poderes económicos y políticos, y ahora la globalización, mantienen con hambre y arrodillados, y a su servicio, a todos los pueblos subdesarrollados del globo. Ahora bien, como a esos poderes, que también lo son militares, no se les puede enfrentar en solitario, aisladamente, la conciencia y la unidad continental latinoamericana es clave para luchar con algunas posibilidades por el conjunto de sus reivindicaciones. Y en cuanto a la responsabilidad del pueblo latinoamericano por su estado de postración, cualquiera sabe que sin libertad política y sin independencia económica, y por añadidura sin trabajo, ni educación, ni salud, ni techo, ni justicia, y más aún con hambre, nadie puede ser responsable de su estado. La única responsabilidad que nos cabría sería la de ser cómplices de tales aberraciones, o la de no hacer nada para cambiar tal situación.

SS: ¿Cómo fueron sus comienzos y cómo logró abrirse camino profesionalmente?

GU: Comencé, como ya le dije, refugiándome en la escritura para evadir una manifiesta y lacerante soledad, pero aún sigo abriendo camino, con no pocas dificultades. Estos caminos, como el de cualquier actividad humana, comienzan pero no tienen fin ni destino preciso. Sólo acaban cuando la muerte ataca. Sin embargo, todo escritor que quiera progresar, que busque avances hacia su profesionalismo, debe circunscribirse a una sola cosa: escribir... Nada más. Lo demás, si su trabajo es válido, vendrá a manera de consecuencia natural.

SS: ¿Cuál es, en su opinión, la motivación fundamental del escritor para ejercer esta profesión?

GU: Ganas, simplemente. Inspiración, vocación, talento, medios, en fin, todas aquellas arandelas las pueden proporcionar la voluntad, el deseo, la decisión, en últimas, le repito, las ganas.

SS: Aparentemente la búsqueda de reconocimiento social es una motivación importante en muchos artistas y escritores, sin embargo, sólo una minoría insignificante lo logra ¿En su opinión, de qué manera ese supuesto fracaso puede afectar, positiva o negativamente, a la obra de un escritor?

GU: Mucho, pienso. Desalienta y nos ofrece a cada rato un cierto tufillo de fracaso. Uno trabaja para que se le reconozca, así sea a la manera de García Márquez que dice que lo hace para que sus amigos lo quieran más. ¿Y ello en sí no es un reconocimiento? De otra parte, mi criterio es el de que con el rastro terrenal o trascendente que deja el escritor con su obra, si no alcanza con ella la inmortalidad, al menos si debe lograr que se le extienda por sus congéneres, y en vida, un certificado de existencia particular.

SS: Tengo la sensación de que el escritor, y el artista en general, se considera particularmente frustrado –incluso culpable- por ser plenamente consciente de que su potencial será siempre mucho mayor que lo que logre plasmar en su obra, ¿Qué opina al respecto?

GU: Estrictamente cierto. Pero no olvide que eso mismo le ocurre a los hombres en no importa qué actividad que desarrollen. No es exclusivo del artista. Sólo que en él, por su afán perfeccionista, por su apurada sensibilidad, por su avidez en la búsqueda de una estética particular o universal, probablemente hay mayores exigencias propias y extrañas.

SS: Usted ha confesado sin complejos tener miedo a las entrevistas de radio o televisión, un miedo que intuyo comparten la mayoría de las personas ¿A qué tenemos todos tanto miedo?

GU: Concédame la oportunidad de trascribirle mi respuesta a Enrique Córdoba, un columnista del Miami Herald que me escribió desde Florida: Deseo invitarte a participar en mi programa Cita con Caracol que transmito en Miami diariamente de 1 a 2 de la tarde desde hace 15 años. Siempre invito a gente interesante que pasa por Miami, yo los visito en sus países o los llamo telefónicamente. Si te llama la atención, dame el teléfono dónde llamarte. Un gran abrazo con mi estimación de siempre. Enrique. A lo cual, escuetamente, le respondí: Mi muy apreciado Enrique: Ante todo, quiero que sepas de mi gratitud. Tu invitación a entrevistarme para Caracol Miami me honra, pero también, y por qué no, me provoca un leve sobresalto, ya que toda mi energía, mi sensibilidad y mi imaginación se han centrado en el transcurso de mi oficio intelectual en la escritura. Desde siempre. Con ella me debato pero también a ella y a sus bondades y rudeza me acojo. No soy improvisador ni memorista. No gozo de ese fascinante don. Y ello me ha causado vergüenzas como la de tener que rechazar reportajes para la televisión de personas tan queridas y generosas como María Cecilia Botero o, recientemente, Germán Santamaría. Nunca he podido ni querido someterme a la tortura exhibicionista de la TV, ni tampoco al afilado e intransigente juicio de los otros midiendo en la radio los tonos de mi voz o la fluidez y consistencia de mi discurso...

SS: Si empezase su carrera como escritor de nuevo ¿Haría algo de manera diferente?

GU: Todo. Leería más, escribiría más, vería más cine, visitaría más museos, viajaría más, le pondría mayor atención a las vivencias de la gente... Y, eventualmente, publicaría menos.

SS: ¿Qué consejo le daría a la gente que empieza a escribir?

GU: Que se niegue a pedir o a recibir consejos para ejercer lo que probablemente puede llegar a ser el oficio más individual, más personal, más íntimo y más solitario del ser humano.

SS:¿Considera que el arte tiene alguna utilidad en la construcción de una sociedad más sana?

Aunque Sartre decía, más o menos, que la literatura no salva nada ni a nadie, y aunque hay quienes sostienen que el arte en general, o debe plegarse al poder y constituirse en un instrumento suyo de propaganda, o por el contrario, manifestarse como una expresión contestataria y de rebelión frente a todo lo establecido, me parece que el arte y la cultura son indispensables para el progreso de la humanidad, básicamente en la búsqueda de su perfeccionamiento. Y reflexionemos dimensionando esto: las sociedades no se conforman y consolidan porque el arte esté de su lado; toda sociedad provoca y produce su propio arte, el que necesita, o el que se merece.

SS: ¿Cuáles son sus planes de futuro más inmediatos?

GU: Escribir...

guribe3@gmail.com