lunes, 12 de octubre de 2009

Jaime Garzón en la memoria

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


Se cumple por estos días el 15 aniversario del vil asesinato de Jaime Garzón, el humorista que entre bromas y burlas y con mucha gracia, no obstante, ejerció un periodismo serio. Quienes lo seguimos puntualmente, veíamos en sus humoradas un trasfondo dramático. Y es que en esta Colombia "feliz", inteligencias agudas y libres como la da Garzón, bien pueden darse el lujo de redondear una tragedia dándole figura de noticia y a la noticia difundida con humor, darle carácter de denuncia. Y así lo hizo siempre con Dioselina Tibaná, Néstor Elí, Godofredo Cínico Caspa y Heriberto de La Calle, entre otros personajes que hoy nos provocan nostalgia y fruición a un mismo tiempo. Su materia prima fue la devaluada solemnidad de la política, la rígida y bien planchada apariencia del estamento militar, la formalidad vacía de las instituciones y los símbolos patrios y, en fin, todo aquello que, representando al poder, mostrara inclinaciones perversas o injustas.

Fue un humorista esencialmente político a quien la política nunca dejó de darle "papaya". Y de qué manera con sus memorables gracejos supo aprovecharse de ello.

El viernes 13 de agosto de 1999, cuando el reloj marcaba las 6 y 19 de la mañana, se anunciaba por la TV y la radio el asesinato de Jaime Garzón por parte de dos sicarios en moto. Con sus 38 años no sólo era en ese momento el mejor humorista colombiano y un brillante analista político, sino alguien entregado a un activismo sincero y noble en aras de la paz.

El país, con razón, se consternó. Perdíamos al más lúcido e ingenioso crítico, a alguien que con su talentosa chispa y un nivel intelectual bien forjado, haciéndonos reír, nos ponía a pensar. Y haciéndonos pensar, nos deslizaba veladamente por entre el tobogán de las carcajadas hasta depositarnos en un terreno en donde nuestra condición se revelaba como indolente, cómplice y autora de nuestra propia desgracia.

No dejó en este país de violentos, corruptos, aprovechadores y asesinos, títere con cabeza. A cada cual, así fuese su amigo, le cantó su verdad, evidencia en mano. Y si estos eran presidentes, o ministros, o dirigentes políticos, o intocables "cacaos", o militares y policías, o embajadores, mejor. Sólo que lo hacía de una manera tan simpática y seductora, que fue perdonado, admitido y asimilado por casi todos ellos quienes, honesta o maliciosamente, resolvieron acercarlo más, ser, en últimas, sus mejores "amigos".

¡Más valía!

Sin embargo, a estas alturas en que nada cierto se sabe respecto del crimen, cómo, se pregunta uno, ¿un desquiciado personaje de esos, un notable entre comillas, un corrupto con negrita, criticado y enjuiciado por él, no pudo haber sido el autor intelectual de su vil asesinato?


De todas formas, con este delito atroz y vulgar, perdieron el país, el periodismo, la sociedad y el humor a un hombre que no solamente nos puso a reflexionar en medio de risotadas, sino que el mismo proceso de paz al que había resuelto vincularse armado de un gran equilibrio personal, de una diáfana neutralidad y de una prudencia admirable, perdió un aporte significativo.

Sé de la inacabada tristeza y el dolor infinito e irremediable de sus amigos más próximos, muchos de ellos la flor y nata de la dirigencia colombiana, pero también, muchos de ellos, responsables de no haberle protegido su vida cuando él mismo repetía a los cuatro vientos y a quien se lo quisiera oír, que se encontraba amenazado.

Porque es que no solamente mata quien dispara, también mata quien no previene el disparo.