domingo, 20 de diciembre de 2009

Requiescat in pace, melancolía


Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com

Una extraña pero ciertamente encantadora exposición se llevó a cabo hace algún tiempo en el Grand Palais de la Ciudad Luz. ¿Quién iba a imaginar que sus organizadores se ocuparan de mostrar a través de 250 obras lo que ha significado para la humanidad a través de los siglos la palabra melancolía?

Sin duda, una estremecedora invocación de un estado de alma más concreto que subjetivo, ave de paso para muchos, tal vez, pero que anidada en no pocos espíritus ha servido con inagotable fidelidad a la sensibilidad y a la inteligencia creadora de artistas y escritores célebres en distintas épocas.

Esta muestra, denominada 'Melancolía: genio y locura en Occidente', nos llevaba de la mano por el recorrido que entre la antigüedad y nuestros días ha hecho este excitante sentimiento en los corazones y el empeño creativo de figuras como Durero, Doménico Fetti, Goya, Zoran Music (artista vivo de Gorizia-Eslovenia), el sorprendente australiano Ron Mueck, el noruego Edvard Munch y, en fin, muchos otros entre los cuales no podrían faltar Goya y Van Gogh.

Y es que en mi caso personal, y de allí que use como pretexto esta ocurrente exposición parisina -cuyo remate cronológico recuerda que en 1988 se empieza a vender el Prozac-, hablar de la melancolía me produce una doble sensación. De un lado, temor, tristeza, desasosiego; y del otro, evocación obsequiosa y romántica.

La melancolía tiene un origen remoto. Lo latinos la llamaban melancholiam, y los griegos, melankholia (bilis negra). Pienso que por el hecho de haber sido referida en términos fisiológicos al primero de los cuatro humores del hombre -melancólico, colérico, sanguíneo y flemático-, hasta hace algún tiempo se la tenía como una enfermedad, muchas veces, mortal. Además, desde el siglo IX y por creencias de escritores árabes, se la relacionó con Saturno, e incluso, el mismo poeta simbolista francés Paul Verlaine mantuvo esta correlación de los melancólicos con dicho planeta.

Esta propensión al abatimiento y la congoja que Durero inmortalizara en un grabado a través del cual simbolizó la ineficacia de la ciencia, es definida por el diccionario como una "monomanía en que dominan las afecciones morales tristes".

Hoy día, sin embargo, y aunque parezca discordante, se la considera casi como un artículo de lujo, o como una extravagancia que está por fuera de cualquier contexto racional del hombre moderno. De la melancolía existen múltiples sinónimos, siendo los más sensibles a su interpretación la aflicción, la tristeza, la pesadumbre, el desconsuelo y la cuita.

Pero con los años todo se altera. Incluso, el concepto de melancolía. Ella, en tanto que pasaba de moda, cambiaba de nombre. Identifiquémosla: es un estado anímico, una idea obsesivamente sentida, un sentimiento que bien pudiera ser mandado a recoger, puesto que se quedó como tal, anclado en el pasado. Es decimonónica, o al menos allí tuvo su auge más publicitado, y sólo puede producirnos ahora, con fruición, aunque no se crea, una cierta añoranza. Los tiempos modernos agobiados por un mundo vertiginoso, y las mudanzas de siglo y de milenio, no le ofrecen lugar. ¿Quién puede tener por estos días agotadores, próximos más bien al aguante vital y a la sobrevivencia a secas, espacios para la melancolía?

Se me ocurre pensar que en el siglo XXI la melancolía, que tantas inspiraciones y suicidios aportó y causó a la humanidad, pasará a ser simplemente un recuerdo insólito pero de grata remembranza.

Es difícil entender su agridulce sabor; tampoco, por qué afectaba señaladamente a los genios, a los artistas, a los poetas y a los escritores. Supongo que pudo haber sido por cierta tendencia natural en ellos al masoquismo como venero de energía creativa. Víctor Hugo afirmaba que la melancolía era la dicha de estar triste. Exacto: masoquismo apremiante, vivificante e instigador. Y Alfredo de Musset, orgullosamente, recalcaba: "Yo no lucho contra la melancolía: después de la ociosidad, es el mejor de los males". Porque no hay que olvidar que para la melancolía, el gran estimulante, la savia vital de su existencia, era el ocio. Por ello mismo no se podría concebir a un melancólico en medio de la guerra, ni trabajando a brazo partido en una fábrica, ni amaneciendo con el pulso nervioso y los ojos rojizos 'ad portas' de un descubrimiento científico. ¿Cómo imaginarse a un inventor, a un astronauta, a un cirujano en medio de un patético trance de melancolía?

Sin embargo, insisto en que lamento este entierro de pobre que paulatinamente se le viene dando a una expresión de la emoción que con dolores de parto, endulzaba muchas veces el alma de quienes la sufrían. Y no es de poca monta la tajante advertencia de Cioran: "En un mundo sin melancolía los ruiseñores se pondrían a eructar".

La melancolía, pues, y muy a nuestro pesar, pasó de moda y cambió de rótulo. La melancolía, definitivamente, ha muerto.

Angustia es su nuevo nombre.

domingo, 13 de diciembre de 2009

El marketing de las enfermedades

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com

En septiembre pasado leí a Ignacio Ramonet en la edición en español de Le Monde Diplomatique cuando hacía referencia a las mafias farmacéuticas evidenciando cómo sus grandes grupos entorpecen la aparición de medicamentos más efectivos pero, sobre todo, de qué manera se esfuerzan por desacreditar los mucho más baratos medicamentos genéricos. "Los genéricos -dice Ramonet- son medicamentos idénticos en cuanto a principios activos, dosificación, forma farmacéutica, seguridad y eficacia, a los medicamentos originales producidos en exclusividad por los grandes monopolios farmacéuticos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la mayoría de los Gobiernos recomiendan el uso de genéricos porque, por su menor coste, favorecen el acceso equitativo a la salud de las poblaciones expuestas a enfermedades evitables."

Bien. Pero existe otro "engendro" -por llamarlo de alguna manera- tan grave o más que el anterior y al que yo llamaría como el marketing de las enfermedades.

Veamos:

El periodista alemán Ray Moynihan publicó en 2005 un libro bajo el título de "Medicamentos que nos enferman". En él, el audaz investigador se va lanza en ristre contra la industria farmacéutica señalándola de promocionar "males inventados", lo que estaría convirtiendo a dicha promoción de "enfermedades fraguadas" en una verdadera mina de oro, no tanto para beneficiar el desarrollo de la investigación científica de la medicina, como para satisfacer el desaforado crecimiento económico de los industriales farmacéuticos.

Y es que para la tesis de Moynihan, y en apoyo suyo, existe el antecedente de un estudio publicado por la revista Nature en el cual se revelaba que "el 70 por ciento de los grupos médicos que elaboraron guías para tratar enfermedades, tenían conexiones financieras con laboratorios farmacéuticos".

Las explicaciones que da el denunciante son muchas y puntuales. Para él, las enfermedades inventadas son aquellas que "transforman procesos naturales o etapas de la vida normales en algo que debe recibir medicamentos", y cita, entre otras, la menopausia, la disfunción eréctil, el colesterol, la calvicie, la timidez, la tristeza, la baja estatura, la pereza, la disfunción sexual femenina, el aumento de peso, la osteoporosis y la andropausia, rematando sentencioso con su implacable dedo acusador: "La mayoría son empresas farmacéuticas y grupos de médicos que aumentan síntomas o crean dolencias. Es un negocio. Para cada droga inventan un mal. Procesos normales como el envejecimiento, el embarazo, el parto, la infelicidad o la muerte tienen un fármaco a su servicio."

Así, pues, y visto lo anterior, hemos creído conveniente no sólo exteriorizar cierta simpatía con esta imputación sobre las "enfermedades inventadas", sino unirnos al coro de los pacientes "quejumbrosos" a quienes por otro lado nos está llegando la hora de la confusión total, y esta vez y para el caso al que me referiré, por la "rigurosidad" de la ciencia médica y el "desvelo" excepcionalmente acucioso de sus oficiantes.

Ya no sabemos si está bien el hecho de que los médicos estén alarmando a toda hora a estos pobres esqueletos carnudos y ambulantes que somos, puesto que lo cierto es que, vivir en paz y en armonía con nuestra mente y con nuestro cuerpo, se hace cada vez más angustioso. Todos los días se informa uno sobre los peligros de todo. Poco queda ya en este planeta globalizado que no sea nefasto para la salud.

Porque, en concordancia con lo del negocio de las enfermedades inventadas y la "rigurosidad" médica orientada hacia el consumo masivo de todo tipo de drogas y toda clase de "chequeos", está aquella popularizada y cada vez más extendida expresión de que, "todo hace daño." Parece que estamos condenados, si queremos vivir sanos y un poco más del tiempo que a la naturaleza le dio por ofrecernos, a beber agua natural e ingerir comidas crudas acompañadas de frutas y verduras.

Ahora bien, para nuestros facultativos, numerosos de los actos que ejercemos a través de nuestro cuerpo, o la mayoría de los que emprendemos desde nuestro autónomo y ávido sistema digestivo, nos están llevando a incubar enfermedades gravísimas… acaso letales. Y le agregan a esto, con aquella inapelable expresión austera de siempre, la falta de ejercicio, el estrés, el dormir poco o mucho, los abusos de la sal, la grasa o el azúcar, etc.

Por ello, y para completar este cuadro quejoso de "paciente" impaciente, por nuestra terquedad en consumir lo que nos agrada y vivir como mejor nos plazca, es que estamos condenados a visitarlos constantemente.

Lo que ellos quisieran es que cada seis meses el "chequeíto" no falte: el corazón, el hígado, los pulmones, el colon, la vejiga, los huesos, los riñones, la columna vertebral, la vista, los senos, el útero, los dientes, la laringe, el esófago, el páncreas, la próstata, en fin, todo aquel órgano de su cuerpo que todavía ellos mismos no nos lo hayan mutilado.

De tal modo que vámonos preparando para sortear el acecho permanente a que nos tienen sometidos hoy en día todos los neumólogos, neurólogos, ginecólogos, urólogos, odontólogos, cardiólogos, pediatras, proctólogos, oftalmólogos, dermatólogos, oncólogos, ortopedistas, gastroenterólogos, endocrinólogos, hematólogos y quién sabe, como van las cosas en este siglo XXI, cuántos especialistas más.

Mi protesta va, entonces, contra los costosos remedios que dicen "prevenir" o "atacar" los males de los que la madre natura, en su enigmática sabiduría, nos proveyó en mala hora; contra el "constreñimiento" alimenticio y la "opresión" sobre nuestra movilidad corpórea y nuestro estilo de vida y, por último, contra el "apremio" por tener que consultar tan a menudo, y ya sin tiempo ni dinero para lo demás, a esa interminable, infinita lista de especialistas en todo.

domingo, 6 de diciembre de 2009

Desplazamientos criminales, extradiciones indignantes

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


Hace algún tiempo le escuché decir a alguien que eran tantos, tan variados y tan crueles los cotidianos actos de violencia en Colombia, que ya en cualquier parte del mundo al país se le asociaba con toda naturalidad a la palabra violencia (más que a los términos de guerra o conflicto) y remataba aquel alarmado analista diciendo: "Hablar de la violencia colombiana va convirtiéndose cada vez más en una especie de pleonasmo morboso".

Como vemos, ya Colombia, entonces, no es café, orquídeas y esmeraldas, y atrás quedaron el idioma castellano mejor tratado y las hermosas mujeres. Ahora Colombia, viviendo probablemente su periodo más sangriento y corrupto de toda su historia, no es otra cosa -en la idea que las gentes de cualquier parte del mundo pueden hacerse de ella- que violencia o, "la violenta Colombia". Y por ello, no pudiendo dejar de lado esta violencia como una contundente y cotidiana realidad entronizada, quisiera esbozar dos fenómenos específicos derivados suyos, ambos profundamente perturbadores y escabrosos. De un lado, los desplazamientos de la población campesina que ya sobrepasan la cifra de los 4 millones de personas en este gobierno de la "Seguridad Democrática" del Presidente Uribe, y por el otro, las absurdas extradiciones -más de mil durante este tremebundo régimen -, también desplazamientos forzados, aunque éstos, allende las fronteras y más directamente responsabilidad de los gobiernos de turno. Desplazamientos ambos, en todo caso, que avergüenzan nuestra dignidad nacional y ponen en entredicho nuestra condición de nación civilizada en tanto que son provocados o permitidos por el Estado.

En primer lugar, en el origen de los desplazamientos campesinos, las autoridades, engañándonos y engañándose ellas mismas con propósitos proclives, han resuelto reducir su causa como la consecuencia de una simple arremetida del terrorismo contra las instituciones, y por añadidura negándole el carácter político a la subversión, sin darse cuenta que con ello debilitan los argumentos del Estado -que ellos representan- en su defensa. Y aunque probablemente consigan en su lucha contra la insurgencia un considerable respaldo internacional en esta era de la globalización capitalista -incluidas las 7 Bases Militares gringas que como bien dice Fidel Castro, tras pulverizar nuestra soberanía, terminaron anexando a Colombia al Imperio-, es cierto también que con las nuevas tácticas implementadas por las mentes delirantes del uribismo que nos gobierna -bombardeos indiscriminados, "falsos positivos", recompensas inmorales, permisividad frente a la violación de los derechos humanos, corrupción generalizada, toda clase de anomalías y atropellos jurídicos en la consecución del Referendo Reeleccionista, persecución, calumnias y espionaje a la Corte Suprema de Justicia, politiquería rampante y parapolítica pestilente, ¡y qué etcétera sin fin!- nos están conduciendo a una terrible y degradante deshumanización de la guerra y de la vida civil en medio del conflicto, y a los fatales caminos de un ya perceptible terrorismo de Estado y de una dictadura disfrazada que quiere a toda costa un tercer mandato.

Ahora bien, si los miles de muertos, secuestrados y desaparecidos duelen, ellos ya cruelmente reducidos a la nada o a la desesperanza total, cuánto no nos deben doler estos ya millones de colombianos entrados en el "juego" de un flujo migratorio inconcebible, deambulando por la geografía patria con el fardo de la humillación a cuestas, sin futuro ni amparo, estigmatizados, y con el hambre y el desprecio y la suspicacia derrumbándoles sus ya exiguas humanidades.


Y en cuanto a las extradiciones, vaya si habría que añadirles a las víctimas de este esperpento jurídico, desterradas, desarraigadas e impotentes -igual que los desplazados-, el hecho de que deban verse constreñidos a confinarse en tierras ignotas y ajenas, pagando sus delitos en idiomas foráneos, legislaciones insólitas, culturas raras o extravagantes, o en todo caso ¡tan distintas! Y sin el calor y el respaldo de su familia. Y ahora, para completar, con abogados de oficio porque los suyos confiables no pueden derivar sus honorarios de dineros "sospechosos".


Algún día la historia registrará, condenando, la alegría majadera de los que hoy celebran con el gobierno de Álvaro Uribe Vélez las mil y más extradiciones de colombianos autorizadas por él. Y nos explicará, deberá hacerlo y lo hará sin duda, por qué el Estado colombiano fue incapaz de proveerse una leyes que hiciesen justicia en su propia casa y crease una organización social que evitara la violencia, aplicase la igualdad y proporcionara los medios culturales y materiales para evitar los desplazamientos de la población campesina.

domingo, 29 de noviembre de 2009

Drogadictos… ¡al Spa!

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com

Todo indica que a la insaciable aplanadora uribista no la detiene nadie si de reformar la Constitución se trata. Acaba de pasar en séptimo debate y está a punto de aprobarse en el Senado la reforma constitucional sobre consumo de estupefacientes y psicotrópicos. Es la 29a. reforma de la Constitución en menos de 20 años y, según el historiador Jorge Orlando Melo en su columna de El Tiempo del pasado jueves 26 de noviembre, y a quien le damos la razón, es quizás la más anodina de todas cuantas se han presentado. Y es que el desdén del Presidente Uribe por la Constitución ya hace parte de preocupantes reflexiones en círculos periodísticos y políticos internacionales, la Casa Blanca incluida. Y su caprichosa manía de estarla modificando para su beneficio, o incluso sólo por el prurito de llevarle la contraria al jefe del partido de oposición, está llevándonos a hacer el ridículo a nivel mundial. Tal el caso de este proyecto de acto legislativo que prohíbe el porte y consumo de la dosis mínima de droga, obviando esta vez la sanción penal y resignándose a acatar la aprobación previa de los pacientes. Concesiones hechas sin importar el cambio en la esencia del proyecto, sólo para "honrar la palabra" del otrora candidato presidencial.

Ahora, pues, reformamos nuevamente la Constitución no ya para poner presos a los adictos, sino para ofrecerles tratamientos médicos y clínicas especializadas -incluidas las flamantes de desintoxicación y reposo- que los saquen de aquel infierno de la drogadicción. Y esto, lo queremos hacer aquí, en donde si no hay recursos -aparte de los destinados a la guerra- para la inversión social, menos los habrá para poner a operar tales centros médicos, o para conformar Tribunales éticos, o para nada por mínimo que sea de aquel colosal andamiaje que requeriría la puesta en marcha de semejante utopía. Y, entre tanto, en México, país tan afectado o más que Colombia por este problema del narcotráfico, no hace mucho despenalizaron el porte de pequeñas dosis que la Cámara de Diputados aprobó como "Ley contra el Narcomenudeo" permitiendo a una persona portar dos gramos de opio, 50 miligramos de heroína, cinco gramos de marihuana, 500 miligramos de cocaína, 0.015 miligramos de LSD y 40 gramos de metanfetaminas. Y qué decir de Portugal que, "descriminalizándola" en el 2001, abordara con éxito el camino para resolver esta complejidad ética, amén de que ha evidenciado con ello que los castigos no repercuten de modo determinante en el consumo de las drogas.

Naturalmente que no estamos de acuerdo con la represión a la dosis personal y menos aún con la hilarante quimera de su metodología en la aplicación de la ley. Eso de conducir uno a uno, o en grupos, a los miles y miles de consumidores de dosis mínimas -aquellos que son "pillados" cuando escasamente estaban probándola, o quienes la usan eventualmente, o quienes la requieren por algún motivo, o quienes ya son viciosos, o a quien le da la soberana gana no de beberse una botella de alcohol sino de meterse un "pase"-, conducirlos, digo, en confortables vehículos de la policía o el ejercito a flamantes clínicas de rehabilitación tras haber pasado previamente por los majestuosos "Tribunales de Tratamiento" en donde un solícito juez ha dispuesto su breve estadía -¡no reclusión, por Dios!- en un centro médico asistencial, eso sí, "si el joven se acomide a darnos su consentimiento", eso, repito, ¿no es acaso, simplemente, una ocurrencia estrambótica?

De tal forma, debemos preguntarnos que, si como dice el ponente del proyecto, no se trata de sancionar sino de "generar conciencia ciudadana sobre los perjuicios que traen las drogas ilícitas”, siendo esta extravagancia jurídica la fórmula "ideal" para el tratamiento de un "delito", ¿por qué no se amplía el espectro de dicha ley y se incluyen allí para "tratarlos" igual que a los drogadictos, a raponeros y asesinos, secuestradores y violadores y a todos aquellos que de alguna manera quebranten la ley en razón a su igualmente malsano estado mental y emocional? Porque en adelante, aprobada esta ley, la fórmula mágica es sancionar los delitos y trasgresiones con cómodos procedimientos de rehabilitación para lo cual se crearán con los boyantes recursos económicos que tiene el gobierno para la salud y la justicia, "Tribunales éticos" con jueces y médicos especialistas que valorarán la situación de cada infractor determinando la cura que debe recibir.

¿Qué es esto sino bla, bla, bla?: “Pretendemos que la ley establezca medidas de carácter pedagógico, profiláctico o terapéutico, llegando a acompañar estas medidas con privaciones de libertad en lugares adecuados para ello, sin llegarse a considerar una reclusión en una prisión”

Pienso, entonces, que los Spa bien podrían sustituir a las cárceles cumpliendo así, "divinamente", el cometido de esta nueva excentricidad gubernamental.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Mujeres, ¿trofeos de guerra?

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com
La violencia de género en Colombia es un hecho irrebatible. Es la expresión de una infamia que grita y consterna, pero a la que se la viene tratando más con compasión que con el coraje y la cólera que reclama. Más como estadística y "fenómeno" que como factor gravísimo de anulación histórica de comunidades y pueblos. Y más que noticia diaria, es una de aquellas realidades que por repetitiva y recurrente peligra en convertirse en un mal sin remedio o en una epidemia sin vacuna.

Alejándonos por ahora del tan elocuente y en boga tema de la violencia intrafamiliar, queremos hacer particular mención a la estremecedora tragedia que viven las mujeres colombianas en medio del conflicto armado. "Conflicto", decimos textualmente, aunque esta designación no sea otra cosa que el eufemismo con que ciertos sectores poderosos han querido denominar para su conveniencia la larga guerra en la que vivimos.

Pero veamos lo que ocurre: el conflicto colombiano, ya aclimatado en lo bárbaro e irracional, les ha permitido a todos sus actores, pero de manera significativa al paramilitarismo, ver en la vulnerabilidad y desprotección de las mujeres su caldo de cultivo para avanzar en su infernal guerra sucia. Secuestrando, violando o sencillamente reduciendo a las mujeres, están aterrorizando con ello a familias y poblaciones enteras. Y luego, como perros de presa, se desplazan concretando sus objetivos: asesinatos y masacres con los nombres artificiosos de "limpieza social" o "vindictas políticas"; saqueo de bienes y despojo de tierras. Incluso, el uso de la esclavitud sexual o de servicios personales de niñas adolescentes que suman aquí y allá a su botín de guerra.

Y, lo más alarmante, es que no se ha podido probar aún que tal violencia desatada contra el género femenino no esté rigurosamente concernida con el hecho muy puntual de que aquellas víctimas lo son por el simple hecho de ser mujeres, o mejor, su índole de género les puede estar acentuando su desgracia.

Cuando la banda facinerosa irrumpe en pos de un "trofeo", material o simbólico, al doblegar, asesinar, desaparecer, esclavizar o simplemente "tomar" a la mujer, está con ello agrietando, o bien un núcleo familiar, o bien, la esencia y la savia vital de un eje social o de una comunidad específica. Y los actores del conflicto lo saben. Todos. Hasta los que están allí atornillados en la guerra "defendiendo a las instituciones" o "aquí, salvando la democracia...".

Ya nadie discute que la masa desplazada en nuestro país -la primera en el mundo- se encuentra entre 3 y 4,6 millones de personas. Ahora, es nuestra obligación destacar que, como lo afirma Acnur, "las mujeres y niñas conforman más de dos tercios de la población desplazada en Colombia" y alcanzan a ser el 70,6 por ciento de quienes exigen equidad ante Justicia y Paz.

Ante esta turbadora afrenta, no hay espacio para la distracción o el silencio. Hay que denunciarlo. Y con voz fuerte: el desplazamiento social en Colombia y la violencia de género son, de todos nuestros males, los más ignominiosos y brutales.

Recientemente leí algunos informes y recomendaciones respecto a la situación de la mujer en nuestro conflicto. Tanto Codhes, como Acnur, nos ilustran bien, pero fue un texto de María Himelda Ramírez denominado 'El impacto del desplazamiento forzado sobre las mujeres en Colombia' el que de mejor manera me acercó al tema. Y en un punto específico de su estudio, cuando se propone describir el calvario del éxodo femenino tras la violencia de la guerra, expone algunos aspectos que las autoridades colombianas deberían observar cuando por fin le metan ganas a la resolución de este dramático problema.

Dice: "En el momento crítico del éxodo luego de una masacre o de otras escenas amenazantes, el terror cumple funciones muy efectivas de amedrentamiento. El despojo, la muerte y la expulsión producen un intenso sufrimiento emocional agravado por la incertidumbre respecto al futuro. Los sentimientos de impotencia se ven reforzados por la impunidad... Las mujeres adultas se ven abocadas a la redefinición de sus roles sociales y sus identidades lo mismo que los hombres..."

Llevarse a las mujeres como esclavas sexuales, como su "posesión" para toda clase de usos o, violándolas y asesinándolas, hacerlas sujetos valiosos para la destrucción de familias, comunidades o poblaciones, ¿no las convierte de alguna manera en trofeos de guerra?

Este es, pues, el más degradante y letal de los designios que pesan sobre la mujer en este país de fusiles, "amargas", rocolas y "meros machos", y en donde la violación de una mujer ha llegado a concebirse como un asalto al honor y a las posesiones materiales del adversario.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Escribir: el oficio de las dificultades

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com



En cierta ocasión, alguna de sus diversas benefactoras escribió refiriéndose a Jean de La Fontaine: "Hoy estoy sola. Despedí a todos mis sirvientes y me quedé con mis animalitos y mi pequeño La Fontaine". No obstante, hoy, casi cuatrocientos años después, todos recordamos al gran poeta y fabulista francés y quizás no exista nadie que sepa ni del nombre ni de la vida de aquella insolente mujer que sólo es registrada en la historia por este cruel desliz. Igualmente, sabemos de las escollos iniciales que tuvo el uruguayo Mario Benedetti para acceder a la publicación de sus libros al inicio de su brillante carrera, llevándolo a cometer como él mismo decía, audaces ''operaciones bancarias de mi sueldo" para editar y dar a conocer sus primeros siete títulos.

Y traigo a cuento este par de anécdotas porque hace un tiempo la periodista y escritora española Rosa Montero publicaba en el conspicuo Babelia (Suplemento cultural del diario El País de Madrid), un artículo que dio en llamar "Escribir es resistir". Al toparnos con él, sólo atinamos a pensar si ella imaginaba con tamaño título de insurrecto contenido lo que de inmediato podíamos presumir nosotros y tantos otros escritores motivados en alto grado por el hábito de la política. Y es que al rompe se alcanzaba a intuir de aquella provocadora sentencia una propuesta llena de implicaciones sociales que nos hizo volver alegremente la mirada a Sartre y a la otrora polémica prédica suya de la responsabilidad política del escritor ("He visto niños morirse de hambre. Frente a un niño moribundo, "La náusea" no tiene peso").


Pero no. Apenas iniciada la lectura descubrimos que su preocupación era diametralmente opuesta a lo que hubiésemos querido que ella tratara. Sin embargo, estos planteamientos suyos, que como tantos otros gozan de una muy buena factura lingüística y de una honradez conceptual evidente, acometen, por suerte, una muy seria y penosa situación personal que le es común a todos y cada uno de los escritores y que ella resume invocando el título de esa reciente columna con estas palabras: "Por eso digo que escribir novelas es resistir".

Y entonces, allí sí, para ser explícita sobre este tema del escritor y sus apuros y obstáculos, nuestra Rosa Montero comienza esbozando la idea de que si para vivir el hombre enfrenta la necesidad de la resistencia, para escribir no le queda más remedio que echar mano de la tenacidad, superior ésta -según ella y con lo que inevitablemente estamos de acuerdo-, al recurrente "talento" de los creadores. Valen más que el talento, la constancia y los esfuerzos, enfatiza. Y a renglón seguido se explaya en ese drama en el que se desenvuelven los escritores de aquí y de allá y de cuyas vicisitudes y angustias sólo ellos, en cuanto víctimas, pueden dar fe o ser testigos. ¿A quién más podría importarle el tránsito tantas veces infernal entre la hoja en blanco y la olorosa impresión en el periódico, el libro o la revista?

"… soportar el desdén de los editores, los adelantos a menudo miserables, las cifras de ventas muchas veces ridículas, las críticas que pueden ser feroces, la destrucción de la edición porque no se vende, la falta total de eco en la prensa, el desinterés general engullendo y sepultando tu libro como una colada de achicharrante lava. El alegre chisporroteo del mercado y la caída de ojos de Paul Auster han hecho creer a la gente que esto de ser novelista es un oficio glamuroso, pero en la vida real la inmensa mayoría de los escritores han de sobrellevar una infinidad de humillaciones. Y cuando son autores de raza, cuando de verdad les mueve la pasión por la literatura, ¡con qué impavidez se dejan maltratar por el bien de su obra!"

Y es que el desgaste emocional y sicológico -y hasta gástrico- del escritor por publicar no tiene límites. Hay que verles pisoteados sus sueños aquí en Colombia a centenares y tal vez miles de jóvenes y viejos. Unos pocos "afortunados", recibiendo respuestas evasivas de las editoriales o de los medios de comunicación impresos o en línea con secciones culturales supuestamente a "su servicio". El resto -¡y qué resto!-, casi todos, percibiendo como única retribución a sus desvelos la más degradante y perversa de las "gratificaciones": el silencio.

Cuánta razón le cabe a la reclamación de uno de ellos: "Eran famosos los llamados “colchones editoriales” que dormían el sueño de los justos durante años y años. El camino más corto para la publicación -definitivamente- eran los premios."

Así, pues, dada la magnitud de las dificultades por las que atraviesa un escritor, una eventual indemnización futura a toda esta agonía tendrá algún día que reconocérsela, aceptando como una especie de "plusvalía" el fruto, exitoso o no, de su trabajo con la palabra.

Porque es que en ellos no pudo haberse inspirado Mahatma Gandhi cuando afirmaba que "nuestra recompensa se encuentra en el esfuerzo y no en el resultado".

Ojalá que con el exceso de las utilidades del gran capital se pueda crear un pequeño fondo que sirva y estimule la vida y la obra de tantos escritores anónimos que penan por ahí su incomprensión.

domingo, 8 de noviembre de 2009

La Colombia escalofriante

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


No soy muy amigo de la estadística. Esta disciplina, entendida como la ciencia de la "recolección, análisis e interpretación de datos", ha sido objeto desde siempre de la manipulación por parte de quienes la conducen o quienes la contratan. Además, con frecuencia sufre de un abusivo manoseo poniéndosela por delante en cualquier situación. Y sirve para todo. Para "convencer" a la opinión pública o para destruir los argumentos del contrario. También para presupuestar, proyectar, programar, tomar decisiones en sectores públicos y privados, buscar aproximaciones a la verdad o redondear un cuadro dentro de alguna visión histórica o, en fin, para hacerse elegir Presidente de un país y, después a su amparo, seguir ahí por "sécula seculorum" mientras ellas se mantengan dóciles y leales y bien financiaditas. Además, todavía no logra convencerme aquello de que ya nada se valora, se arquea, se tasa, se regula, se niega o aprueba, si no va por delante un vibrante "tanto por ciento". Sin embargo, es inevitable reconocerlo, y lo hago con gusto: cuánto no han aportado las estadísticas al entendimiento y la comprensión de los problemas sociales y a las respuestas que estos requieren. No vista como herramienta para "hacer política" sino como instrumento para ejercer el servicio público desde el poder político, puede llegar a convertirse en un instrumento ideal.


Pero el introito que no engañe. No es ésta una columna de moral o espíritu acomodaticios. Muy al contrario, escuetamente, de la mano de las estadísticas que tanto han servido al temerario estilo "fujimorezco" del presidente Uribe, "creador, señor y patrón" de la Seguridad Democrática en Colombia, mi propósito es uno solo e inequívoco: mostrar, sin la recurrente retórica acostumbrada en la publicación de las estadísticas, lo que algunas de éstas vienen diciendo hoy por hoy sobre el discurrir de nuestra maltrecha república. Ojalá, así como usan a su antojo las estadísticas que los tienen en el poder, también algún día crean en ellas y las usen para sacar al país del más cruel, sanguinario y prolongado atolladero en que se ha visto inmerso en toda su historia.


Las fuentes todas son oficiales o de ONG respetables, también de autoridades colombianas o de organismos internacionales como la OEA y la ONU.

Veamos:

Según la Comisión Colombiana de Juristas, las ejecuciones extrajudiciales entre julio de 2002 y julio de 2008 alcanzaron la cifra de 1.205 casos. En los cuatro primeros meses del presente año, dice el propio Mindefensa, se dieron 5.270 homicidios, entre ellos los de 42 indígenas y 11 sindicalistas. Entre mayo de 2008 y abril de 2009, se produjeron 16 mil víctimas y cada 48 horas al menos un secuestro.


Para el Índice Global de Paz 2008 (IGP), Colombia es el país más violento de América Latina y el décimo en el escalafón mundial. El 60% de nuestra población vive en la pobreza y 11 millones de compatriotas, en la absoluta miseria. Cada día mueren 14 niños por desnutrición y entre 177 países, figuramos como uno del los 8 con peores índices de iniquidad.

Y ahora recurro a dos voces que, aunque provenientes del establishment, alcanzan cierto grado de sensatez cuando verifican con honradez ellas mismas el estado de descomposición social del país que los vio nacer. Se trata de doña Lucy Nieto De Samper, columnista del diario El Tiempo de Bogotá, y la del doctor Ricardo Arias Mora, senador quindiano. Entre ambos nos muestran el siguiente cuadro:

"El desempleo es del 13,1 % y, a la vez que aumenta el empleo informal, decrece el empleo estable. El 36% de la población carece de servicios básicos. En vivienda de interés social, el déficit es de 2'300.000 unidades; no tiene vivienda digna 2'500.000 personas; 75.000 familias viven hacinadas; en 600.000 hogares no hay servicios públicos; 2'400.000 adultos se acuestan con hambre; 3'300.000 colombianos emigraron en busca de oportunidades… En la Colombia del siglo XXI, el 15 % es analfabeto. Al día hay 1.000 abortos, 45 violaciones infantiles, 3 niños asesinados y 35.000 niños explotados sexualmente. Y son menores de 16 años los autores del 75 por ciento de los 84 asesinatos registrados a diario…"




Somos, pues, mientras gracias a la Seguridad Democrática los que podemos hacerlo paseamos libres de sobresaltos por nuestras "modernas" carreteras, el país con el mayor número de desplazados en el mundo, entre 3 y 4,6 millones, muy por encima de Irak, Somalia y el Congo. A Venezuela, desde el 2002 han llegado más de 200.000 refugiados buscando la protección que nuestro Gobierno no les brindó. Y así al Ecuador, Panamá, España, EE.UU., etc.

Y es que, con todo y la artimaña de la "Seguridad Democrática" y las aceitadas estadísticas, la pregunta nos revienta en la cara:

¿Acaso a ese aletargado 70% que se dice viene votando y sosteniendo a Uribe desde el 2002 no le dice nada las anteriores escalofriantes cifras que están llevando a Colombia poco a poco pero con paso firme a su absoluta insolvencia ética y moral y a su inviabilidad como país civilizado?

Pobre país, pues, esta azotada Colombia, que sigue votando y reeligiendo su propia desgracia.

domingo, 1 de noviembre de 2009

La fuerza del silencio

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


Hase de hablar como un testamento,
que a menos palabras, menos pleitos.

Baltasar Gracián


Hay una protección infalible para quienes desconfían de sí mismos, para aquellos con la autoestima tullida y el valor en muletas: el silencio. Siempre he pensado que el silencio tiende a reflejar dos situaciones, o una total ignorancia, o una magnífica prudencia docta. Sin embargo, pese a ser paradójico, no invariablemente es válida aquella antigua y sonada fórmula de que, quien calla, otorga. Hacer buen uso del silencio, exigirse un aprovechamiento en él, y de él, es una condición que sólo saben gestionar y adoptar los sabios. Un silencio oportuno, y al mismo tiempo coherente, puede salvar y hasta obsequiarle una buena dosis de prestigio al ignorante, y al sabio, indefectiblemente, lo conduce a refrendarlo como tal y a que se le reconozca así. Es más probable que callando nos protejamos de caer en el ridículo, a que confesemos con el silencio nuestra incultura.

Hace poco escribía a este respecto en mi columna “Esquinazos” de los miércoles en “La Patria”: “Si lo que dices no mejora tu silencio, cállate”.

Y es que el silencio, asimismo, vigoriza y remoza el espíritu y puede hacernos grandes por dentro a nosotros mismos, frente a nosotros mismos y frente a los ojos de los demás. Con razón se dice que después de la palabra no existe nada más poderoso, y que si con la palabra demostramos nuestra supremacía frente a los animales, con el silencio podemos demostrarnos a nosotros mismos que somos mejores que ellos y cuántas veces no, mejores que los demás de nuestro mismo género. Pero es que también hay mucho más: ¿No llega en muchas ocasiones a tener más fuerza, imperio y soberanía un silencio oportuno y puntual, que una perorata brillante?

¡Ah!, el silencio..., siempre virtud.

Y virtud extrañamente onerosa y difícil si tenemos en cuenta que sabiendo ya de sus inestimables dividendos, de sus sorprendentes frutos, sin embargo, nos la pasamos transgrediéndolo, haciéndole esguinces, abandonándolo... Virtud ésta, pues, tan gravosa y difícil, como lo pueden ser la simplicidad y la sencillez que sólo se logran, en ocasiones y no por igual en todo el mundo, en la vejez, en aquella edad cuando tal vez... ya para qué. Y es que hay que decirlo de inmediato: el silencio, como la sencillez, encubre las debilidades y tamiza las impotencias del hombre.

Paradoja, contradicciones. Temor o seguridad. Refugio cálido e inexpugnable, amenaza, superioridad, solidez. Cuán económico y ordinario es a veces, pero también, cuán refinado y costoso podría llegar a serlo. Oro puro esta vez; estiércol del diablo y vergüenza, aquella. Pero igualmente arma certera, cuchillo filoso, cachetada concluyente, desagravio y revancha rotundos. O si no, ¿por qué aquello de que puede ser funesto para la “existencia” de un hombre el tejido de un silencio a su alrededor?

Eliot repetía a quien quisiera oírlo, y pocos fueron, que bendecía al hombre que, no teniendo nada qué decir, se abstenía de demostrarlo con sus palabras, y Calderón, en “La vida es sueño”, nos lanza esta formidable sentencia:

Cuando tan torpe la razón se halla, mejor habla, señor, quien mejor calla.

¡Pero cuán difícil es saber gobernar este silencio!

domingo, 25 de octubre de 2009

El aborto: ¿Una vida por otra?

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


A raíz del reciente fallo de la Corte Constitucional que manda que el derecho al aborto en los tres casos despenalizados en Colombia sea, a manera de "cátedra", tema pedagógico en los colegios y que provocara una airada reacción de la Iglesia Católica, he visto la conveniencia de publicar de nuevo mi opinión respecto del aborto escrita cuando en nuestro país se debatía con fiereza la decisión que la Corte Constitucional debería tomar por aquellos días y que por suerte tomó más adelante en el más objetivo y civilizado de los sentidos.

***************

Mientras que para aquellos que se oponen a la despenalización del aborto la sola mención del tema les provoca más que escozor, una ira casi irracional, para quienes abogan por una pronta determinación favorable de la Corte Constitucional frente a las tres demandas existentes, su único afán es el de ver resuelto un problema de salud pública y una justicia “terrena” aplicada en rigor para preservar la vida de miles de mujeres expuestas por la violación, los embarazos de alto riesgo y las malformaciones del feto a una vida denigrante y a menudo fatal. Los primeros, como casi único argumento, invocan a Dios y la moral religiosa, es decir, argumentaciones subjetivas. Los segundos, con objetividad, reclaman lo objetivo: primero la existencia y lo que ya es de este mundo.

¿Quién, pues, con juicioso criterio podría consentir, como ocurrió hace poco en Pereira, que a una madre víctima del cáncer y cuya supervivencia sólo podría asegurarse si se le practicaba un aborto, habría que sacrificarse a cambio de una vida que apenas alcanzaba la categoría de “posible”? Los enemigos del aborto parecieran querer hacer prevalecer lo que puede llegar a ser, por sobre lo que ya es, una vida humana en pleno ejercicio de su existencia. Lo latente por sobre lo existente... una vida plena en canje con tal de no permitir la interrupción del embarazo antes de que el feto sea viable.

Y es que para este caso los inquisidores medievales no ven en la muerte de una madre aproximación alguna al pecado, o transgresión a la moral, mientras se preserve la evolución del feto. Y aunque ponen el grito en el cielo llamando a las madres que abortan asesinas de sus hijos, no creo que quienes estamos de parte del aborto llegáramos a llamar a sus hijos inconvenientes en gestación, asesinos de su propia madre.

Por lo tanto, no deja de ser escandalosa esta declaración de un médico: "Decidimos continuar el embarazo porque, si bien la literatura médica indica que en estos casos se debe hacer caso omiso del embarazo e iniciar la radioterapia, en un país como el nuestro, donde no es legal el aborto terapéutico, eso no se podía hacer y cometíamos un delito".

Qué bien. Aquí, en esta Colombia obsoleta y ya dejada de la mano de la civilización de un tercer milenio asombrosamente realista, la ley ordena que sea la madre a quien se deba inmolar en aras de una vida eventual. Antes que sacrificar lo gestado, hay que matar a quien lo gesta. Ni más ni menos es el contenido del mensaje que acabamos de recibir atónitos con el caso de Martha Sulay González, una humilde señora que ha sido condenada por las leyes colombianas a morir dejando en el abandono total a sus cuatro hijas por salvar la vida de una.

Finalmente, digamos que mientras en Colombia no lleguemos a la despenalización del aborto para casos extremos delineados en las demandas que cursan y acogidos entre otros por el Procurador, la Academia de Medicina, la Defensoría del Pueblo y Profamilia, tendremos que seguir aceptando que en este país prima por sobre la vida de la madre, el periodo gestacional de un feto.

Y todavía nos creemos los colombianos decorosos habitantes del moderno siglo XXI.

domingo, 18 de octubre de 2009

"Uno trabaja para que se le reconozca"

Entrevista concedida a Sane Society

Sane Society: ¿Cómo fue su infancia y de qué manera le ha marcado como escritor?

Germán Uribe: Ni entonces, cuando la sufrí, ni ahora que me conducen a recordarla, he sentido que mi infancia fuera agradable, festiva, productiva o esperanzadora. Naturalmente que cada cual es producto, víctima o beneficiario, de la suya. La mía, tejida por la soledad, la orfandad paterna, la inasistencia afectiva familiar y la hostilidad de mi entorno, me la convirtieron en un pasaje muy desagradable de mi existencia. Y, sin embargo, quizás por ello, y pese a ello, y gracias también a ello, pienso que devine en escritor, como una armadura para sobrevivir y una herramienta para hacer valer mi propia y libre identidad.

SS: ¿Como gran conocedor de Sartre, podría resumir algún aspecto de su filosofía que considere de una mayor relevancia para usted como persona?

GU: Creo que todo Sartre, el hombre, el escritor, el político, el filósofo, el crítico, en resumen, toda su vida y su obra influyeron en mí para moldearme intelectual, política y moralmente. Soy un producto inacabado e imperfecto, pero producto al fin y al cabo de su formidable parábola vital.

SS: Sartre es su gran ídolo, a quien tuvo la oportunidad de conocer personalmente (fue invitado a su casa). Si bien no llegó a concretar aquella visita, ¿cree que conocerlo hubiera supuesto quizás un riesgo de desmitificación y consecuente pérdida de ese “sustituto platónico del padre perdido”?


GU: De ninguna manera. A través de su obra, de su activismo político, de la prensa y tanto libro y ensayo sobre él, incluso, de seguirlo en conferencias y cafés y de diseccionarlo una y otra vez con mi más aguda observación, no pude reconocer en ese hombre otra cosa que a las más alta, aguda y libre personalidad del siglo XX. ¿Cómo podría decepcionarme? Y en cuanto a la desmitificación, pienso que, si por ejemplo, aparte de su estrabismo hubiese padecido de rasgos esquizofrénicos o de aliento fétido, por decir algo, yo no creo que la inteligencia y el valor se midan por la estética, o pierdan interés por detalles tan evidentemente humanos. Nada de lo que sus múltiples detractores dicen sobre su personalidad, su figura o su pensamiento me ha hecho desfallecer en mi admiración. Ni nada de lo que yo creo y pienso que fue y significa en la historia de la filosofía, el pensamiento y la crítica me ha llevado mitificarlo o desmitificarlo. Sartre simplemente fue lo que sigue siendo: un hombre, pero con mayúscula.

SS: ¿Considera positivo para un artista mantener vivos a sus mitos como estímulo para conservar la ilusión o bien al contrario, puede resultar una limitación?

GU: A través de los tiempos la historia nos ha enseñado que son precisamente los mitos quienes jalonan al hombre y a las sociedades hacia su perfeccionamiento. Ni reduce méritos, ni es condenable querer superar a nuestros propios mitos, pero es equivocado pretender desconocerlos, tergiversarlos o matarlos para sentirnos mejores. Nadie hace de nada un mito si no fuera porque lo necesita para complementarse.

SS: Usted ha conocido personalmente a Pablo Neruda, Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Miguel Ángel Asturias, Rafael Alberti y Mario Vargas Llosa, entre otras personalidades, ¿Puede compartir con nosotros alguna anécdota que recuerde con particular aprecio o particular desprecio?


GU: Como se me ha escudriñado reiteradamente sobre lo mismo, y temo que de tanto hablar al respecto voy a terminar fantaseando o cambiando peligrosamente versiones, permítame abreviarle mi experiencia personal y mi opinión ecuánime sobre cada uno de ellos, no sólo por aquel trato directo con que fui privilegiado, sino porque además me adentré en su obra. De Pablo Neruda puedo decirle que no he conocido, ni sé de mejor poeta en los últimos cien años, ni de hombre de trato más afable y tierno con sus semejantes. De Alejo Carpentier, ¿qué? Probablemente la inteligencia literaria y la perfección del lenguaje y su tejido más rigurosamente fino de América Latina, claro, junto a Joao Guimaraes Rosa y José Lezama Lima. Sobre Nicolás Guillén, aunque tengo un recuerdo muy acentuado sobre su inexplicable antipatía y una cierta distancia acicalada en el trato con los muchachos que con tanta devoción lo rodeábamos por allá en los años sesenta en París, no dejo de amar entrañablemente su poesía, la que recito de memoria aún y en muy buena proporción. Asturias sí era, o lo fue en el trato que tuve con él, lo que comúnmente llamamos todo un caballero, o mejor, una dama: gentil, generoso, sencillo, servicial. Fue él quien me dio una carta para que me fuese otorgada en México una especie de beca con el fin de dedicarme allí por un par de años a la escritura en lo que parecía ser un taller para jóvenes. Cuando regresé a Colombia con la intención de iniciar los preparativos para concretar semejante oportunidad, cometí el imperdonable error de mostrarle el original de la recomendación manuscrita de Miguel Ángel Asturias a Manuel Zapata Olivella, un escritor colombiano quien, no sé por qué razón se quedó con ella, y en razón a tal secuestro documental, me quedé hasta el sol de hoy con la ilusión de aquella emocionante aventura intelectual. ¿Qué pudo haber hecho Zapata Olivella con aquella carta? Ni idea. ¡Quizás adorna a manera de cuadro una de las paredes de su casa o está ya desteñida pegada a cualquier álbum familiar suyo! Y, en fin, Rafael Alberti... qué poeta, qué político consecuente, qué hombre cabal.

SS: Usted ha escrito que hizo conciencia latinoamericana en sus años de residencia en Europa: ¿A qué se refiere y qué consecuencias positivas tendría para América Latina que sus habitantes adquirieran dicha conciencia? Además, ¿de qué manera el pueblo latinoamericano es responsable de su propia situación política y económica y en qué grado responsabilizaría de la misma a Estados Unidos y a Europa?

GU: Es el afán de lucro, la utilidad y el desmedido aprovechamiento económico de los poderosos lo que ha diseñado al mundo actual. Los poderes económicos y políticos, y ahora la globalización, mantienen con hambre y arrodillados, y a su servicio, a todos los pueblos subdesarrollados del globo. Ahora bien, como a esos poderes, que también lo son militares, no se les puede enfrentar en solitario, aisladamente, la conciencia y la unidad continental latinoamericana es clave para luchar con algunas posibilidades por el conjunto de sus reivindicaciones. Y en cuanto a la responsabilidad del pueblo latinoamericano por su estado de postración, cualquiera sabe que sin libertad política y sin independencia económica, y por añadidura sin trabajo, ni educación, ni salud, ni techo, ni justicia, y más aún con hambre, nadie puede ser responsable de su estado. La única responsabilidad que nos cabría sería la de ser cómplices de tales aberraciones, o la de no hacer nada para cambiar tal situación.

SS: ¿Cómo fueron sus comienzos y cómo logró abrirse camino profesionalmente?

GU: Comencé, como ya le dije, refugiándome en la escritura para evadir una manifiesta y lacerante soledad, pero aún sigo abriendo camino, con no pocas dificultades. Estos caminos, como el de cualquier actividad humana, comienzan pero no tienen fin ni destino preciso. Sólo acaban cuando la muerte ataca. Sin embargo, todo escritor que quiera progresar, que busque avances hacia su profesionalismo, debe circunscribirse a una sola cosa: escribir... Nada más. Lo demás, si su trabajo es válido, vendrá a manera de consecuencia natural.

SS: ¿Cuál es, en su opinión, la motivación fundamental del escritor para ejercer esta profesión?

GU: Ganas, simplemente. Inspiración, vocación, talento, medios, en fin, todas aquellas arandelas las pueden proporcionar la voluntad, el deseo, la decisión, en últimas, le repito, las ganas.

SS: Aparentemente la búsqueda de reconocimiento social es una motivación importante en muchos artistas y escritores, sin embargo, sólo una minoría insignificante lo logra ¿En su opinión, de qué manera ese supuesto fracaso puede afectar, positiva o negativamente, a la obra de un escritor?

GU: Mucho, pienso. Desalienta y nos ofrece a cada rato un cierto tufillo de fracaso. Uno trabaja para que se le reconozca, así sea a la manera de García Márquez que dice que lo hace para que sus amigos lo quieran más. ¿Y ello en sí no es un reconocimiento? De otra parte, mi criterio es el de que con el rastro terrenal o trascendente que deja el escritor con su obra, si no alcanza con ella la inmortalidad, al menos si debe lograr que se le extienda por sus congéneres, y en vida, un certificado de existencia particular.

SS: Tengo la sensación de que el escritor, y el artista en general, se considera particularmente frustrado –incluso culpable- por ser plenamente consciente de que su potencial será siempre mucho mayor que lo que logre plasmar en su obra, ¿Qué opina al respecto?

GU: Estrictamente cierto. Pero no olvide que eso mismo le ocurre a los hombres en no importa qué actividad que desarrollen. No es exclusivo del artista. Sólo que en él, por su afán perfeccionista, por su apurada sensibilidad, por su avidez en la búsqueda de una estética particular o universal, probablemente hay mayores exigencias propias y extrañas.

SS: Usted ha confesado sin complejos tener miedo a las entrevistas de radio o televisión, un miedo que intuyo comparten la mayoría de las personas ¿A qué tenemos todos tanto miedo?

GU: Concédame la oportunidad de trascribirle mi respuesta a Enrique Córdoba, un columnista del Miami Herald que me escribió desde Florida: Deseo invitarte a participar en mi programa Cita con Caracol que transmito en Miami diariamente de 1 a 2 de la tarde desde hace 15 años. Siempre invito a gente interesante que pasa por Miami, yo los visito en sus países o los llamo telefónicamente. Si te llama la atención, dame el teléfono dónde llamarte. Un gran abrazo con mi estimación de siempre. Enrique. A lo cual, escuetamente, le respondí: Mi muy apreciado Enrique: Ante todo, quiero que sepas de mi gratitud. Tu invitación a entrevistarme para Caracol Miami me honra, pero también, y por qué no, me provoca un leve sobresalto, ya que toda mi energía, mi sensibilidad y mi imaginación se han centrado en el transcurso de mi oficio intelectual en la escritura. Desde siempre. Con ella me debato pero también a ella y a sus bondades y rudeza me acojo. No soy improvisador ni memorista. No gozo de ese fascinante don. Y ello me ha causado vergüenzas como la de tener que rechazar reportajes para la televisión de personas tan queridas y generosas como María Cecilia Botero o, recientemente, Germán Santamaría. Nunca he podido ni querido someterme a la tortura exhibicionista de la TV, ni tampoco al afilado e intransigente juicio de los otros midiendo en la radio los tonos de mi voz o la fluidez y consistencia de mi discurso...

SS: Si empezase su carrera como escritor de nuevo ¿Haría algo de manera diferente?

GU: Todo. Leería más, escribiría más, vería más cine, visitaría más museos, viajaría más, le pondría mayor atención a las vivencias de la gente... Y, eventualmente, publicaría menos.

SS: ¿Qué consejo le daría a la gente que empieza a escribir?

GU: Que se niegue a pedir o a recibir consejos para ejercer lo que probablemente puede llegar a ser el oficio más individual, más personal, más íntimo y más solitario del ser humano.

SS:¿Considera que el arte tiene alguna utilidad en la construcción de una sociedad más sana?

Aunque Sartre decía, más o menos, que la literatura no salva nada ni a nadie, y aunque hay quienes sostienen que el arte en general, o debe plegarse al poder y constituirse en un instrumento suyo de propaganda, o por el contrario, manifestarse como una expresión contestataria y de rebelión frente a todo lo establecido, me parece que el arte y la cultura son indispensables para el progreso de la humanidad, básicamente en la búsqueda de su perfeccionamiento. Y reflexionemos dimensionando esto: las sociedades no se conforman y consolidan porque el arte esté de su lado; toda sociedad provoca y produce su propio arte, el que necesita, o el que se merece.

SS: ¿Cuáles son sus planes de futuro más inmediatos?

GU: Escribir...

guribe3@gmail.com

lunes, 12 de octubre de 2009

Jaime Garzón en la memoria

Por Germán Uribe
guribe3@gmail.com


Se cumple por estos días el 15 aniversario del vil asesinato de Jaime Garzón, el humorista que entre bromas y burlas y con mucha gracia, no obstante, ejerció un periodismo serio. Quienes lo seguimos puntualmente, veíamos en sus humoradas un trasfondo dramático. Y es que en esta Colombia "feliz", inteligencias agudas y libres como la da Garzón, bien pueden darse el lujo de redondear una tragedia dándole figura de noticia y a la noticia difundida con humor, darle carácter de denuncia. Y así lo hizo siempre con Dioselina Tibaná, Néstor Elí, Godofredo Cínico Caspa y Heriberto de La Calle, entre otros personajes que hoy nos provocan nostalgia y fruición a un mismo tiempo. Su materia prima fue la devaluada solemnidad de la política, la rígida y bien planchada apariencia del estamento militar, la formalidad vacía de las instituciones y los símbolos patrios y, en fin, todo aquello que, representando al poder, mostrara inclinaciones perversas o injustas.

Fue un humorista esencialmente político a quien la política nunca dejó de darle "papaya". Y de qué manera con sus memorables gracejos supo aprovecharse de ello.

El viernes 13 de agosto de 1999, cuando el reloj marcaba las 6 y 19 de la mañana, se anunciaba por la TV y la radio el asesinato de Jaime Garzón por parte de dos sicarios en moto. Con sus 38 años no sólo era en ese momento el mejor humorista colombiano y un brillante analista político, sino alguien entregado a un activismo sincero y noble en aras de la paz.

El país, con razón, se consternó. Perdíamos al más lúcido e ingenioso crítico, a alguien que con su talentosa chispa y un nivel intelectual bien forjado, haciéndonos reír, nos ponía a pensar. Y haciéndonos pensar, nos deslizaba veladamente por entre el tobogán de las carcajadas hasta depositarnos en un terreno en donde nuestra condición se revelaba como indolente, cómplice y autora de nuestra propia desgracia.

No dejó en este país de violentos, corruptos, aprovechadores y asesinos, títere con cabeza. A cada cual, así fuese su amigo, le cantó su verdad, evidencia en mano. Y si estos eran presidentes, o ministros, o dirigentes políticos, o intocables "cacaos", o militares y policías, o embajadores, mejor. Sólo que lo hacía de una manera tan simpática y seductora, que fue perdonado, admitido y asimilado por casi todos ellos quienes, honesta o maliciosamente, resolvieron acercarlo más, ser, en últimas, sus mejores "amigos".

¡Más valía!

Sin embargo, a estas alturas en que nada cierto se sabe respecto del crimen, cómo, se pregunta uno, ¿un desquiciado personaje de esos, un notable entre comillas, un corrupto con negrita, criticado y enjuiciado por él, no pudo haber sido el autor intelectual de su vil asesinato?


De todas formas, con este delito atroz y vulgar, perdieron el país, el periodismo, la sociedad y el humor a un hombre que no solamente nos puso a reflexionar en medio de risotadas, sino que el mismo proceso de paz al que había resuelto vincularse armado de un gran equilibrio personal, de una diáfana neutralidad y de una prudencia admirable, perdió un aporte significativo.

Sé de la inacabada tristeza y el dolor infinito e irremediable de sus amigos más próximos, muchos de ellos la flor y nata de la dirigencia colombiana, pero también, muchos de ellos, responsables de no haberle protegido su vida cuando él mismo repetía a los cuatro vientos y a quien se lo quisiera oír, que se encontraba amenazado.

Porque es que no solamente mata quien dispara, también mata quien no previene el disparo.

domingo, 4 de octubre de 2009

Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos...

Por Germán Uribe
mailto:guribe@cable.net.co

Hasta hace algunos años, cuando no solamente era, sino que me sentía joven y vigoroso, regían para mí unas licencias que me lo permitían todo a cambio de nada. Por entonces, sin mediar mayores preocupaciones, nada me era imposible o difícil. Los obstáculos se constituían en una provocación y un reto alucinantes. Pero con el paso de los años han cambiado de tal manera las reglas aconsejadas para llevar una vida equilibrada y tranquila, que hoy me veo precisado a indicarle, particularmente a los jóvenes buscando para ellos su beneficio y aprovechamiento, lo que antes hacía que hoy no hago, o lo que antes dejaba de hacer y hoy ya no puedo. Y no todo lo que ahora dejo de hacer se me impone por voluntad propia o porque así sería mejor, sino que algunas cosas de las que antaño hacía y ahora no hago, me vienen dictadas por fuerzas extrañas a mi voluntad, por una realidad abrupta e inexorable. Pero mejor será ver los ejemplos y avenirse o no con ellos:

1) Yo no creía que la muerte era segura, porque de pronto vaya y quién sabe...
Ahora creo que no hay nada más seguro en esta vida que la muerte.

2) Pensaba que la comida era para comerla y nada más.
Ahora pienso que la comida es a un mismo tiempo alimento y deleite.

3) Antes imaginaba que el amor de las mujeres era una obligación suya frente al hombre.
Ahora sé que el amor de las mujeres hay que ganárselo.

4) Antaño todo era cantidad.
Ahora sólo busco la calidad.

5) En otros tiempos me dedicaba de noche a prender todas las luces de mi casa para verme mejor dentro de un mundo bien iluminado.
Ahora sólo puedo verme a mí mismo bien y ver con mayor objetividad al mundo que me rodea, en medio de la tenuidad y la penumbra.

6) Otrora no me detenía a pensar en la velocidad agobiante y opresiva del tiempo, lo dejaba pasar de manera alegre e irresponsable.
Ahora taso, cronometro, mido cada segundo que pasa.

7) Antaño dejé de hacer muchas cosas porque simplemente no quería.
Ahora dejo de hacerlas porque simplemente no puedo.

8) Anteriormente reía con ganas; había mucha arrogancia y despreocupación en mi risa.
Ahora río con cautela.

9) En épocas lejanas comía de todo.
Ahora, ¿qué puedo comer?

10) En mis viejos tiempos todo lo veía desde un punto de vista general, universal.
Ahora todo lo miro con la lente de lo particular y lo concreto.

11) Entonces mis viajes los desarrollaba por diversas geografías del mundo.
Ahora mis viajes los hago cada vez con más frecuencia por dentro de mí mismo.

12) Antiguamente los amigos me escogían a mí. Eran muchos.
Ahora yo escojo a mis amigos. Son escasos.

13) Hasta hace muy poco escribía para que me admiraran.
Ahora francamente no sé para qué escribo.

14) Antes me desesperaba y gritaba.
Ahora intento acomodarme a la realidad, resignarme y callar.

¡Maduré!

domingo, 27 de septiembre de 2009

Para ganarle a las drogas, habría que legalizarlas

Por Germán Uribe
mailto:guribe@cable.net.co


La amarga experiencia que tuvieron con la prohibición de la producción y libre comercialización de los licores en el primer tercio del siglo pasado, debería servirles de experiencia a los estadounidenses para no caer en errores casi calcados 70 años después. La encarnizada lucha que el Coloso del Norte libra actualmente en todos los rincones del mundo para imponer ferozmente la ilegalidad de drogas como la cocaína, está generando resultados insospechados que bien podrían convertirse para ellos mismos, a la larga, en un certero y abrumador bumerán. Luego de su participación en las dos guerras mundiales y del calentamiento moral y político ficticio en que se empeñaron para prolongar la guerra fría, con el pretexto de hacer desaparecer de la faz de la tierra el pensamiento marxista, amén de ya no se sabe cuántas intervenciones militares y económicas en cercanos y lejanos países soberanos, de unos años para acá les dio por sustituir todos aquellos atropellos, y a nombre de su muy peculiar noción de democracia y libertad, emprender una guerra sin cuartel contra las naciones cultivadoras, productoras y comercializadoras de la coca. ¡Ah!, y es que según parece, ya la marihuana no les interesa. Después de combatirla también mientras se la fumaban, todo indica que llegaron al convencimiento de que, siendo tan apetecida -y hasta medicinal-, era más rentable y cómodo cultivarla ellos mismos. ¡Flexibilizaron su consumo interno y mejoraron la Colombian gold!

Vistas todas las calamidades por las que hemos tenido que atravesar para contemporizar con esta esquizofrenia gringa, ¿lo mejor no será entonces sentarnos a esperar que se resuelvan de una vez por todas a meterse también ellos en el negocio? Sabemos que cada día aumenta el número de norteamericanos que la aspiran a cualquier precio y que la represión contra esos millones de habituales adictos no puede compararse con la fiereza y el exagerado gasto militar con que la vienen embistiendo en los países productores y exportadores. Ellos la consumen masivamente, mientras en un juego de doble moral, la hostigan y sitian allí adondequiera que se produzca. ¿Cuántos muertos más habremos de ofrendarles antes de que reflexionen sobre esta nueva guerra con tecnología de punta y probablemente sentido experimental que se inventaron y que, no obstante, puede llegar a ser de tan fácil solución? ¿Cuándo se ocuparán de un tema diferente que les permita desbordar a sus anchas su prepotencia de imperio moderno sin que se sigan ensañando con los paupérrimos países del Tercer Mundo? ¿Por qué no desahogan la pedantería de su poderío militar y económico en, por ejemplo, erradicar la miseria y el hambre universales?

La única manera sensata que se vislumbra para detener esta exaltada escalada guerrerista, y que por lo demás englobaría un esperanzador aforo histórico positivo, pienso, es el estudio escrupuloso, inteligente y desprejuiciado que debería hacerse para legalizar la droga. No veo otra forma de acabar con este azote siniestro y pervertidor que mantiene no sólo paralizado o en retroceso el desarrollo, sino en guerra permanente a países como Colombia. Y habrá que hacerlo cuanto antes porque cada hora, cada día que pasa, la excedida intransigencia de los Estados Unidos y de sus aliados en la lucha contra las drogas está postergando años y décadas el progreso de la humanidad. Y poniendo en peligro el futuro, no solamente de los países cultivadores y exportadores, sino también el de ellos mismos, como quiera que la tendencia alcista de su consumo interno terminará por degenerar a su propia población. Aunque cuando rectifiquen -y pueda ser que no sea tarde-, de todas maneras ya será demasiado costoso. Trasladar esos inmensos recursos económicos y los colosales esfuerzos militares a sistemas de educación, prevención, reglamentación, judicialización y propaganda con relación a la droga y sus nocivos efectos, nos ahorraría miles y hasta millones de víctimas y ayudaría inmensamente a la pacificación del mundo.

De la misma manera que el alcohol y el cigarrillo han venido siendo hostigados por las buenas y su consumo de vino ya en un asunto de conciencia personal, la cocaína, la marihuana y la heroína, entre otras drogas, legalizadas, podrían controlarse mejor. Su cultivo y comercialización ya dejarían de ser el gran negocio, desestimulando con ello, de un tajo, su creciente producción. Y ganarían así, la primera potencia mundial, la Unión Europea, los países industrializados y el resto de la humanidad.

El señor Robert J. Barro, profesor de economía de la Universidad de Harvard, me da plena razón cuando escribió sobre lo que podía sustituir la política antidrogas norteamericana denominada Plan Colombia, política que en el fondo no está provocando otra cosa que el acentuación progresiva de la violencia por la que atraviesa el país, amén de la profundización e internacionalización fronteriza del conflicto social y armado. En otras palabras, el profesor Barro afirma lo mismo que aquí planteo: la urgencia de combatir las drogas, legalizándolas. Y Precisa:

Algo que debemos tomar en cuenta es que no requerimos ningún Plan Colombia para países productores de tabaco ni de licores. La diferencia radical entre el tabaco o el licor con la cocaína o la marihuana o la heroína no es que un tipo de drogas sea más peligroso que el otro, sino que las primeras son legales y las segundas ilegales. En conjunto, nuestra política (la norteamericana) respecto a las drogas es un desastre y seriamente necesita ser reorientada.

Que por fin entiendan que cuesta menos y beneficia más legalizar la droga, que arrasarla a sangre y fuego... ¡Y a costa nuestra!

domingo, 20 de septiembre de 2009

Muerte lenta a los piropos

Por Germán Uribe
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26 mujeres congresistas de diversas tendencias culturales, religiosas, políticas e ideológicas, algunas de ellas de armas tomar, resolvieron unificar esfuerzos alrededor de sus desasosiegos -netamente femeninos- elevando una audaz propuesta que, en apariencia, muy pronto podría terminar siendo una rígida ley de la República.

Quien acose, reza uno de los aspectos más sobresalientes de su iniciativa, asedie física o verbalmente, hostigue o persiga a una mujer, incurrirá en el nuevo delito de acoso sexual y maltrato no intrafamiliar, debiendo ser castigado con penas que van de uno a tres años.

"El ejercicio de la superioridad y el poder que conlleva a que la mujer se sienta perseguida", era para la senadora Alexandra Moreno Piraquive lo esencial de esta nueva norma. Gina Parody, entre tanto, esforzándose por diferenciar entre acoso y piropo, hizo hincapié en que debe tipificarse el delito cuando la "persecución" lleve implícitos fines sexuales no consentidos, debiendo "existir una relación de jerarquía entre acosador y acosado."

La cárcel, pues, adviertieron estas decididas señoras en el más publicitado y candente de los diversos y muy serios puntos del proyecto, para aquellos que desplieguen sobre ellas -las mujeres todas- su prepotencia en el no siempre sano o romántico vicio de corretear a las damas confundiéndolas o desestabilizándolas, al tiempo que, probablemente en el intento de moverles el piso, desafían y a veces violan su justo derecho a vivir en paz y libres en medio de sus muy respetables y eclécticos deseos.

La iniciativa, que avanzó un buen trecho como quiera que pendía de tan sólo dos debates para su definitiva "coronación", conllevaba, no obstante, un peligroso ingrediente. De lo que hasta ahora se conoce, únicamente se puede colegir, para que ésta sea entendible y acertada, que se refiere a casos agravados, porque de lo contrario un azaroso camino hacia los grillos, las cadenas, los barrotes y las "esposas" se abre para aquellos juglares que por miles y millones revolotean a su alrededor desde las zarzas de la pleitesía, la avidez comprensible o la simple sana admiración.

Ojo, pues, príncipes del piropo que entonando toda clase de requiebros, galanterías , madrigales y, en fin, halagos multicolores, numerosos de ellos encarnación del incontenible deseo sexual, y otros, meras lisonjas nacidas del impulso de la rendición admirativa, y sin más poder dañino que el que pueda hacerle el pétalo de una rosa al esculpido cuerpo de una hermosa mujer, pueden terminar tras las rejas.


Porque es que ni el más sabio de los jueces, ni el más intrépido de los magos, podría estar seguro cuando al poder de su juicio o su prodigio llegue el alegato que lo constriña a dirimir entre lo que no es más que un recto coqueteo de algún inspirado locuaz o el arrebato carnal de algún loco desesperado que ante la tentación se deshace de la razón para abrirle camino al acoso sexual.

Por lo tanto, el temor por los fallos no siempre justos que necesariamente vendrán a causa de la nebulosidad y la finura de esta temible frontera, amaga por hacer desaparecer una milenaria costumbre de los hombres con unas consecuencias terribles: el fin de los piropos.

Todo indica que sus días están contados y su destino fatal será el de envejecer y morir tras los fríos e inhóspitos barrotes de una cárcel

El "adiós mamacita" ha llegado a su fin.